[Extranjeros en Morelos] Tres clérigos residentes de Cuernavaca que trascendieron

En su libro Cuernavaca ante el Vaticano, el sevillano Luis Suárez, miliciano republicano durante la Guerra Civil, habla sobre Méndez Arceo, Lemercier e Illich

José N. Iturriaga | Historiador

  · martes 22 de noviembre de 2022

Sergio Méndez Arceo introdujo en 1965 la música de mariachis para la celebración de la misa / Cortesía | Archivo Casasola

El sevillano Luis Suárez (1918-2003), miliciano republicano durante la Guerra Civil, se refugió en nuestro país y fue uno de los periodistas más destacados de habla hispana; casi no hubo guerra o suceso importante en sus últimas décadas en el cual no haya estado presente.

En su libro Cuernavaca ante el Vaticano, Suárez escribe sobre tres sacerdotes residentes aquí que trascendieron mundialmente: el obispo mexicano Sergio Méndez Arceo, renovador de la liturgia católica (avalado después por Juan XXIII en el Concilio Vaticano II) y de la catedral de Cuernavaca; el belga Gregorio Lemercier, introductor del psicoanálisis entre los monjes; y el austriaco Iván Illich, revolucionario de la teología de la liberación. Leamos al periodista:

“Don Sergio me expuso sus ideas contra el carácter opresivo de la propiedad, el lujo y la hipocresía ‘cristianas’. [La renovación de la catedral] consistía en desposeerla de retablos y recargamientos. Ha dejado los muros limpios y dorados, en algunos de los cuales fueron sacados a la superficie los frescos originales del siglo XVII. Los muros así limpios conducen la atención hacia el altar. El obispo soportó con energía las críticas y llevó adelante su difícil convencimiento. Consumó la desaparición de casi todas las imágenes de los santos”.

En 1965 introdujo la música de mariachis para la celebración de la misa, llevando a cabo el rito en español. El obispo fue tachado de marxista, de enemigo de la tradición mariana y de los sacramentos, entre otras cosas.

Ahora Suárez se refiere al monasterio de Santa María de la Resurrección, establecido por Gregorio Lemercier (1912-1987) en los años cincuenta:

“El Tribunal del Santo Oficio ha tenido sus ojos puestos en Santa María Ahuacatitlán, donde un hombre que tomó el servicio de Dios y un grupo formado por treinta y cinco hermanos benedictinos, libran, con su verdad, una batalla frente a ciertos procedimientos de la inquisición”.

Perseguido por el Vaticano, Lemercier se propuso hacer autofinanciable su monasterio trabajando la tierra y haciendo artesanías, a la par de practicar el psicoanálisis en sesiones colectivas dirigidas por terapeutas. La presión y prohibiciones de Roma hicieron que la mayoría de los monjes renunciara a sus votos monásticos y que su prior pidiera la dispensa de sus votos sacerdotales, en 1967. Un año después, contrajo matrimonio.

Por su parte, Iván Illich (1926-2002) también fue perseguido por la Inquisición romana: su caso era mucho más peligroso para la Iglesia.

El CIDOC (Centro Intercultural de Documentación) que estableció en Ahuatepec, Cuernavaca, desde 1960, tenía vínculos con personas de otras religiones, incluso ateos, e indirectamente con luchas armadas del continente.

Perteneciente a la diócesis de Nueva York, Illich fue autorizado por su obispo para fundar este Centro, donde se impartían clases de idiomas y se realizaban investigaciones sobre la problemática social en América Latina.

Profesor universitario con varios doctorados y con dominio de once idiomas, profundo y revolucionario, Illich consideraba que la Iglesia latinoamericana se había convertido en “un satélite del fenómeno cultural y político” estadunidense y que “sirve a la clase media y alta”.

Se pronunció por la desaparición de los curas (“el cura es un fantasma folklórico: por lo tanto, un ídolo que adquiere enormes poderes”) y asimismo del clero –“la burocracia más grande del mundo” – para ser sustituidos por hombres comunes. “La Iglesia funciona al mismo nivel que la General Motors o el Chase Manhattan Bank. Emplea 1’800,000 trabajadores vitalicios a tiempo completo”.

En 1969 el Vaticano proscribió al CIDOC –aunque continuó sus quehaceres hasta 1976– e Illich renunció al ejercicio sacerdotal.



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