El antropólogo estadounidense Oscar Lewis, famoso por su libro Los hijos de Sánchez basado en México, escribió un ensayo titulado “Tepoztlán en 1943”. De él son estos fragmentos:
“En el poblado se hablan tanto el castellano como el náhuatl, lenguas de los indígenas nativos. Casi la mitad de los habitantes son bilingües y los demás sólo hablan español”.
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“El poblado está dividido en siete barrios, cada uno con su santo patrono, organización religiosa interna, festivales y terrenos que trabajan colectivamente los hombres del barrio para el mantenimiento de la capilla. Existe un considerable espíritu de equipo en los habitantes de cada barrio, lo que lleva a trabajar en forma de una unidad cooperativa”.
“En Tepoztlán existen tres tipos de practicantes de la salud: los curanderos, los ‘mágicos’ y el doctor. Los curanderos son los más numerosos: son principalmente mujeres y reciben visitas de pacientes con mayor frecuencia, cobran pequeños honorarios de 25 o 50 centavos. Existen dos mágicos, hombres que usan las hierbas empleadas por los curanderos, pero también recurren al espiritismo y la magia, a ellos se les teme por su gran poder; sus honorarios son más cuantiosos y varían entre uno y diez pesos. Los curanderos y los mágicos son, por supuesto, tepoztecos. El doctor es un fuereño que reside en el poblado, se anuncia como médico, pero no tiene adiestramiento profesional; sus honorarios llegan hasta cien pesos”.
“Los remedios tradicionales para el ‘mal de ojo’ y los ‘sustos’ entrañan una combinación de creencias populares, la antigua herbolaria y las costumbres católicas. Se cree que un niño es víctima del mal de ojo si llega a casa llorando y muy alterado; se abre un huevo y se coloca la yema en un vaso: el causante del mal de ojo es hombre si aparécese en la yema una mancha larga en forma de ojo, y mujer si la mancha es redonda. Se cambia de vestimenta al niño y se le hace una ‘limpia’. A algunos niños se les cura haciéndoles la limpia en la frente, trazando con la lengua una cruz”.
“El susto es una enfermedad por la cual los niños se tornan tristes o pálidos, la curan mujeres que pueden ‘alejar a las sombras’ que los afligen. Estas curanderas guardan una cantidad de cedro en polvo, palma y laurel bendito, que arrojan sobre la cabeza, el pecho, las muñecas, las palmas de la mano, la nuca y los orificios nasales del niño enfermo. Al tiempo que hace esto último, la mujer reza el credo, al terminar sujeta la cabeza del niño y grita que la sombra debe alejarse y ya no debe asustar al niño. Algunas curan el susto haciendo que el sacerdote lea los evangelios sobre el niño en presencia del padrino de este último, el cual corresponde a su sexo”.
“El curandero más famoso de Tepoztlán es Rosalino Vargas, a quien se conoce como don Rosas. Se cree que es un brujo poderoso y muchos lugareños le temen. Algunas personas afirman haberlo visto cabalgar por el poblado a la media noche, con una larga capa negra echando chispas por sus ojos y su boca. Don Rosas, quien usa frecuentemente el miedo que inspira para su propio provecho, tiene varios enemigos y por lo menos tres de ellos han intentado asesinarlo en años recientes. Don Rosas tiene una posición económica acomodada y su práctica como curandero es floreciente. Le ayudan siete mujeres, se rumora que son sus queridas y duermen con él en forma alternada, una cada día de la semana”.
“Las personas del poblado, con base en su propia interpretación de las enfermedades, se acercan a los médicos con desconfianza, bajo el supuesto de que no conocen completamente algunos tipos de enfermedades, como las resultantes de humores malos o algunas vinculadas con la diferencia entre lo frío y lo caliente”.
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