En 1554, el fraile franciscano español Gerónimo de Mendieta vino a la Nueva España. Murió en 1604 y nos dejó su Historia eclesiástica indiana.
Destacan estas insólitas noticias de una legendaria conseja: “De cómo hubo gigantes en esta tierra, y de lo que sentían del ánima: Hallóse en la memoria de los indios viejos cuando fueron conquistados de los españoles, que en esta Nueva España en tiempos pasados hubo gigantes, como es cosa cierta. Porque en diversos tiempos después que esta tierra se ganó, se han hallado huesos de hombres muy grandes. Yo me acuerdo que al virrey D. Luis de Velasco, el viejo, le llevaron huesos y muelas de terribles gigantes. Y medio gigantes en nuestro tiempo los ha habido, uno en el pueblo de Cuernavaca, que tenía tres varas de medir menos una cuarta en alto [2.5 metros aprox.]. Y a éste lo llevaron muchas veces a México, e iba en la procesión de Corpus Christi”.
Algunos indígenas convertidos al cristianismo eran más devotos que muchos españoles:
“Diré aquí de uno, natural de la villa de Cuernavaca, que cuando él comenzó a dar ejemplo había pocos alumbrados, antes fue de los primeros bien convertidos en toda la tierra. Éste era hombre principal, y llamábase Pablo: fue tanta la gracia que el Señor le dio y comunicó después de regenerado con el sacro baptismo, que de lobo robador fue vuelto manso cordero como otro Saulo; todo aquel pueblo lo tenía por ejemplo y dechado de virtud, porque a la verdad ponía freno a los vicios y espuelas a la virtud. Entre los fríos era ferviente, y entre los dormidos despierto. Continuaba mucho la iglesia, y estaba siempre en ella las rodillas desnudas en tierra. Y con ser muy viejo, y todo cano, estaba tan derecho de rodillas como pudiera estarlo un mozo muy recio. Este Pablo, perseverando en su buena cristiandad, diciéndole el espíritu que se le llegaba su fin, estando sano fue a la iglesia y se confesó. Hizo testamento, que sería el primero que indio hizo en esta tierra, que no era cosa que ellos usaban. En el testamento dejó y distribuyó a pobres parte de los bienes que poseía”.
Por supuesto que también hubo misioneros ejemplares en el siglo XVI, como fray Hernando de Leiva:
“Fue morador en el convento de Cuernavaca, dando grandísimo ejemplo de santidad, penitencia y castigo de su cuerpo; era simplicísimo y muy dado a la oración, soledad y recogimiento. Su cama era sola una tabla con una estera encima, y por ser de su natural complexión frío, y por su mucha edad faltarle el calor, tenía una manta con que se cubría, hecha de muchos remiendos que él mismo cosía. Su hábito también (como de pobre) era muy viejo y lleno de remiendos. Mucho tiempo le sirvió de almohada una concavidad que hizo en la pared, donde metía la cabeza, hasta que su prelado le mandó que la tapase, por el daño que de ello le podía venir. Desde entonces hasta que murió tuvo un palo esquinado por cabecera, sin poner cosa alguna encima de él, para más atormentar su cuerpo. Las sandalias que traía eran las que otros religiosos de muy viejas habrían desechado, porque las remendaba cosiéndolas con un grueso cordel, y para que entrase hacía los agujeros con un clavo, golpeándolo con un martillo; de suerte que había de andar a pie sobre aquellos gruesos cordeles y duros, que más parecía que traía las sandalias para ejercicio de penitencia que para regalo, y de aquella manera le duraban muchos años. Nunca comía carne, mas contentábase con pan y fruta. En su última vejez, para poder dormir, cenaba de noche un par de huevos hechos en tortilla con sebo. Recogíase luego en anocheciendo, y levantábase a las diez antes de medianoche, y luego se iba delante del Santísimo Sacramento, donde estaba en oración y contemplación hasta las tres de la mañana”.