/ lunes 27 de junio de 2022

[Extranjeros en Morelos] Las misivas de la emperatriz Carlota

La princesa belga escribió en cartas sus impresiones de los pueblos más pintorescos de la entidad morelense

La efímera emperatriz Carlota –demente desde los 26 años– fue paradójicamente longeva: murió a los 87. Esta princesa belga hablaba cinco idiomas (francés, alemán, inglés, italiano y español) y sus cartas las redactaba en cualquiera de ellos.

Así escribía en español (con algunos errores de sintaxis), a José Ma. Gutiérrez de Estrada: “Acabamos de haber conocido la mayor alhaja del país, sagazmente escogida a residencia por el sabio Hernán Cortez, es decir Cuernavaca, donde pasamos algunos ratos este invierno. El pueblo de Coatlán del Río y el de Acapantzingo son los más hermosos que había nunca visto y llaman a la mente el paraíso terrestre”.

Un paseo en medio de árboles tropicales

Esta otra misiva la dirigió a su suegra: “Max eligió para retornar, a su palacio de Cortez, que la Ciudad de Cuernavaca acaba de donarle, porque asegura que ello le traerá felicidad. Esta es la segunda vez que venimos y estábamos aquí el 6 de enero, cuando recibimos la fatal noticia [de la muerte del padre de Carlota]. La víspera habíamos estado paseando en medio de naranjos, laureles, rosas, platanares y de todos esos árboles tropicales que rodean las chozas de los indios y para los que no existe nombre en francés. Al día siguiente, por la mañana, entre sollozos, Max me dijo que no sabía cómo decírmelo. Me quedé muda. Lloramos juntos. Abandonamos Cuernavaca en medio de vestidos de duelo, de arcos del triunfo de los que se habían quitado las flores para colocar crespones y regresamos a Chapultepec, rodeados de silenciosas condolencias por parte de la población”.

Fragmentos de las cartas a Maximiliano:

“El viaje a Temixco estuvo muy bien. En torno a la hacienda hay muchos mangos y naranjos. Visité la escuela, revisé la vivienda de una de las campesinas y tras el almuerzo vimos a un hombre que bailaba notablemente bien el jarabe.

Lo hacía sobre vasos y huevos, sin romperlos, y con maravillosa agilidad salían y entraban sus pies por un lazo. El calor era mucho más intenso que aquí [en Cuernavaca], lo que hizo que la Iturbide se quejara. Se soltaron unos toros en el patio y fueron capoteados y después lazados y coleados”.

“La vega en torno a Coatlán del Río es lo más hermoso que he visto, supera mucho a Acapantzingo. Se piensa entonces en si Adán hubiera vivido en realidad y si hubiera habido un paraíso terrenal. Mientras más hacia el sur se va, más abundante es la vegetación, que recuerda la del continente asiático o mejor, la de la India”.

“Aquí en Cuernavaca me siento infinitamente tranquila, el calor es moderado; temprano el aire es delicioso y revive uno de nuevo. Todo sigue siempre agradable y tranquilizador, tanto el clima como la gran calma que aquí se goza. Todo el séquito está de muy buen humor, duerme mucho en las hamacas, come con apetito y va al teatro de vez en cuando. Los dos primeros días salimos al Ojo de Guadalupita y después a Olindo [la finca de Acanpatzingo], donde admiramos tus trabajos, los caminos y los puentes de este encantador retiro. El miércoles lo pasé en San Gaspar y el platanar de Atlacomulco. Hay aquí mariposas maravillosamente bellas y capturaré algunas, antigua costumbre mía que desentierro después de muchos años”.

“Comprendo cuánta nostalgia por Cuernavaca debes sentir en México. Cada vez es más encantadora. Ya había pensado en pintar y espero convertir el deseo en realidad”.

“En el mercado se venden muchos pequeños espejos y cosas de colores que pueden recordar algo al África central. Termino estas líneas con un pequeño colibrí, de pico rojo, en la mano, que [el camarista] Basilisco acaba de apresar”.

“Estuve en la cascada [¿de San Antón?]. El camino ha mejorado infinitamente con los barandales y escalones”. “Visité una cascada soberbia con dos saltos cerca del camino a Temixco”.

La efímera emperatriz Carlota –demente desde los 26 años– fue paradójicamente longeva: murió a los 87. Esta princesa belga hablaba cinco idiomas (francés, alemán, inglés, italiano y español) y sus cartas las redactaba en cualquiera de ellos.

Así escribía en español (con algunos errores de sintaxis), a José Ma. Gutiérrez de Estrada: “Acabamos de haber conocido la mayor alhaja del país, sagazmente escogida a residencia por el sabio Hernán Cortez, es decir Cuernavaca, donde pasamos algunos ratos este invierno. El pueblo de Coatlán del Río y el de Acapantzingo son los más hermosos que había nunca visto y llaman a la mente el paraíso terrestre”.

Un paseo en medio de árboles tropicales

Esta otra misiva la dirigió a su suegra: “Max eligió para retornar, a su palacio de Cortez, que la Ciudad de Cuernavaca acaba de donarle, porque asegura que ello le traerá felicidad. Esta es la segunda vez que venimos y estábamos aquí el 6 de enero, cuando recibimos la fatal noticia [de la muerte del padre de Carlota]. La víspera habíamos estado paseando en medio de naranjos, laureles, rosas, platanares y de todos esos árboles tropicales que rodean las chozas de los indios y para los que no existe nombre en francés. Al día siguiente, por la mañana, entre sollozos, Max me dijo que no sabía cómo decírmelo. Me quedé muda. Lloramos juntos. Abandonamos Cuernavaca en medio de vestidos de duelo, de arcos del triunfo de los que se habían quitado las flores para colocar crespones y regresamos a Chapultepec, rodeados de silenciosas condolencias por parte de la población”.

Fragmentos de las cartas a Maximiliano:

“El viaje a Temixco estuvo muy bien. En torno a la hacienda hay muchos mangos y naranjos. Visité la escuela, revisé la vivienda de una de las campesinas y tras el almuerzo vimos a un hombre que bailaba notablemente bien el jarabe.

Lo hacía sobre vasos y huevos, sin romperlos, y con maravillosa agilidad salían y entraban sus pies por un lazo. El calor era mucho más intenso que aquí [en Cuernavaca], lo que hizo que la Iturbide se quejara. Se soltaron unos toros en el patio y fueron capoteados y después lazados y coleados”.

“La vega en torno a Coatlán del Río es lo más hermoso que he visto, supera mucho a Acapantzingo. Se piensa entonces en si Adán hubiera vivido en realidad y si hubiera habido un paraíso terrenal. Mientras más hacia el sur se va, más abundante es la vegetación, que recuerda la del continente asiático o mejor, la de la India”.

“Aquí en Cuernavaca me siento infinitamente tranquila, el calor es moderado; temprano el aire es delicioso y revive uno de nuevo. Todo sigue siempre agradable y tranquilizador, tanto el clima como la gran calma que aquí se goza. Todo el séquito está de muy buen humor, duerme mucho en las hamacas, come con apetito y va al teatro de vez en cuando. Los dos primeros días salimos al Ojo de Guadalupita y después a Olindo [la finca de Acanpatzingo], donde admiramos tus trabajos, los caminos y los puentes de este encantador retiro. El miércoles lo pasé en San Gaspar y el platanar de Atlacomulco. Hay aquí mariposas maravillosamente bellas y capturaré algunas, antigua costumbre mía que desentierro después de muchos años”.

“Comprendo cuánta nostalgia por Cuernavaca debes sentir en México. Cada vez es más encantadora. Ya había pensado en pintar y espero convertir el deseo en realidad”.

“En el mercado se venden muchos pequeños espejos y cosas de colores que pueden recordar algo al África central. Termino estas líneas con un pequeño colibrí, de pico rojo, en la mano, que [el camarista] Basilisco acaba de apresar”.

“Estuve en la cascada [¿de San Antón?]. El camino ha mejorado infinitamente con los barandales y escalones”. “Visité una cascada soberbia con dos saltos cerca del camino a Temixco”.

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