El joven francés Ludovic Chambon nació hacia 1867, en el seno de una familia acomodada. Como premio al concluir sus estudios fue enviado a México, a los 23 años. En 1890 llegó a Progreso, Yucatán, visitó ampliamente el sureste, recorrió el centro del país y salió por el puerto de Guaymas. Contrasta la juventud de este viajero con la amenidad de su relato:
“Partimos hacia Xochicalco, tomando la línea del tren que, dentro de algunos años, debe llegar hasta el Pacífico. Los accidentes son muy frecuentes, aunque el contralor me dice con calma:
‘Estaremos en Yautepec a las tres y media, a menos que suceda algo’. Siempre con suerte, aunque nací un viernes 13, llego a Yautepec a la hora dicha. Gran emoción. Esa misma mañana, antes de amanecer, dos bandoleros desvalijaron, no lejos de la ciudad, a dos comerciantes de relojes que iban a pie hacia Cuernavaca. Los pobres diablos acababan de ser encontrados en la maleza, amordazados, apaleados, despojados de su mercancía y casi tostados por el sol.”
“Al pasar cerca del pueblo de Tepoztlán, distingo en la cima de una colina un monumento antiguo que tenía forma de tres troncos de pirámide superpuestos. El edificio, recubierto de cemento, ha sido perforado en uno de sus lados por los buscadores de tesoros.”
“La correa de mi silla se desajusta y me siento sobre un montón de hierba mientras Saturnino repara el desperfecto… De repente, exclama:
“–¡Levántese, levántese!
“–¿Por qué?
“–¡Por qué! ¿Pero no lo ve? Está sentado sobre un tallo de hincha-huevos.
“–¿Qué es eso de hincha-huevos? –pregunté yo y preguntan ustedes.
“Escuchen bien. Al parecer, según me han asegurado muchos mexicanos, el hecho de estar sentado algunos minutos sobre esta planta es suficiente para volver como melones, como calabazas, los… en fin, ustedes saben, sí, los… ya no me acuerdo cómo se llaman". “Xochitepec es una pequeña ciudad que ocupa el lugar de un antiguo pueblo indio, tal como atestigua una pirámide muy bella situada cerca de la plaza principal.”
“Después de dos horas y media de cabalgata en una región bastante tormentosa, llegamos al pueblo de Tetlama. Nuestros sombreros puntiagudos, barbas y pistolas, producen cierta emoción en estos pobres diablos que viven aquí, separados del mundo por profundas barrancas.”
Chambon se equivoca al anotar a los toltecas, cuya capital, muy distante de Morelos, fue Tula:
“La montaña de Xochicalco fue, en tiempos de los toltecas, una temible fortaleza no sólo por la superposición de numerosas terrazas, sino por la elevación de sus muros de circunvalación, teniendo algunos una altura de casi diez metros.”
“Al llegar a la explanada superior, examino el inmenso panorama que se ofrece a mis ojos. Al norte, una larga cordillera de donde parten una infinidad de profundas barrancas, surcando la región.
"Al este, el pueblito de Tetlama, perdido en un pequeño rincón de vegetación; más lejos, en la misma dirección, los campanarios y las blancas casas de Cuernavaca. Sobre el oeste aparecen, brillantes, dos lagos, el Rodeo de Miacatlán y la laguna de Coatetelco”.
“Xochicalco no presenta, como recuerdo visible de construcciones antiguas, más que los muros de circunvalación muy bien conservados en ciertos lugares y el bello templo de la explanada superior.”
“Al parecer no lejos de aquí, la hacienda de Miacatlán fue construida con los mampuestos tallados por los toltecas.”
“Uno de los indios Tetlama que acaban de traernos los víveres, comienza a ser invadido por el pinto.
"El pinto, especial de la raza india, pero que puede contagiarse a los blancos por un simple contacto, consiste en la decoloración de la piel que, por placas, se vuelve blanca, amarilla o rojiza, según sea el caso, sin que por eso resulten otros desórdenes físicos.”
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