El antropólogo alemán Eduard G. Seler y su esposa Caecilie vinieron a México en 1887 y 1888; esa fue su primera visita, de las seis que realizarían. Leámoslos, en Morelos:
“Aquí [en la hacienda de Miacatlán] nos recibieron cordialmente; encontramos nuestras habitaciones y nuestras cosas intactas".
"Cuando se requiere de esta hospitalidad, entonces es ilimitada, y se nos dijo que también es el caso con huéspedes desconocidos y sin recomendación. Sucede que no hay casas de huéspedes y el viajar aquí sería algo muy pesado sin esa fabulosa hospitalidad hispano-indígena que se paga con un ‘gracias’ al señor de la casa o al administrador y apenas con una propina a la servidumbre”.
“Miacatlán es una hacienda grande y elegante, si bien la calidad del azúcar y la dimensión de la fábrica está a la zaga de la del Puente [de Ixtla], pero lo compensa con una fábrica de aguardiente y un grandioso patio. [A la hacienda] sigue el trapiche, atrás se hallan la destilería de aguardiente y los establos. A la izquierda se cierra el corral con un muro, luego viene un largo cobertizo donde están la herrería y la carpintería, detrás de ellas hay un grandioso jardín”.
“Una gran tienda de abarrotes donde se vende aguardiente, artículos de ferretería y misceláneos, también forma parte de la hacienda. El peón compra aquí todo lo que necesita, lo que naturalmente le es descontado del pago de su jornal. Se dice que muy rara vez la gente sale de sus deudas y de ahí que sean tanto como esclavos o siervos residentes".
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"Dicho sea de paso, esto no afecta el ánimo de la gente. Por la tarde, cuando les dan su jornal, se reúnen en nutridos grupos y se retiran cantando. No faltan entonces tampoco las bromas y risas. Para completar la descripción de la hacienda, añado cómo se mantiene aquí físicamente el ser humano. Por la mañana hay café, un poco de café fuerte y frío con mucha leche caliente y muy buenos bizcochos. Quien quiera, también puede tomar chocolate caliente hervido en leche y además un vaso de leche fría. Después un vaso de agua. Al mediodía se comienza con sopa y caldo. La sopa está hecha con arroz cocido en un poco de grasa y chile o preparado de igual forma a base de pan tostado. El caldo es un consomé claro. Ambos se sirven por separado, cada persona toma a su gusto de uno o del otro o de los dos. Después se sirve vino tinto, el tercio de un vaso, al que la mayoría agrega agua hasta llenarlo. Luego viene pan de huevo, frito en grasa. Después, sin falta, los tres platos de carne: asado, mole (con carne cocida en chile rojo o verde) y guisado (preparado con grasa abundante, con cebolla o con todo tipo de hierbas). Los tres son muy buenos, particularmente el último. Se continúa con frijoles, el inevitable final de toda comida, muy sabrosos, pero naturalmente algo pesados. Luego siguen los dulces de distinto tipo. El ingrediente principal de todos es la melaza, el jugo crudo y exprimido de la caña de azúcar, con ella se cuece papaya o calabazas u otra fruta, o leche o alguna otra cosa. Por último, se sirve agua. Y uno se levanta satisfecho de la mesa. Así sucede en las mañanas y en las tardes, uno y otro día”.
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