El francés Gérard Delteil nació en 1939. Con estudios inconclusos de bellas artes, en su década veinteañera fue dibujante callejero (etapa después rememorada en su libro No se olviden del artista).
También pintó frescos, hizo diseños de trajes, tocó guitarra en cafés y fue periodista, para finalmente llegar a ser un prolífico escritor. A finales del siglo XX tenía casi 40 novelas publicadas, otros libros de investigaciones (sobre cárceles, tráfico de carne, peligros químicos y medicina) y algunas narraciones para jóvenes. Es probable que a su comienzo editorial en 1985 ya tuviera varias novelas inéditas escritas, pues ese año publicó diez; en 1993 vio la luz el relato Chili con carne y en 1996 Al norte del río Balsas.
Viva Villa! es una historia novelesca publicada en 1994, en francés, y está dedicada “a los insurgentes de Chiapas, a los nahuas del alto Balsas, a los damnificados de Guadalajara y a los obreros de Puebla”.
En esta especie del género biográfico, a los hechos reales se agregan las versiones del “mito Villa”: la última y espléndida cena que Doroteo Arango ofreció a unos condenados a muerte por él, la boda de una niña con el cura que la embarazó, el presunto fusilamiento de 90 soldaderas porque el líder revolucionario supuso que tramaban un complot en su contra, entre otros muchos sucesos verdaderos o ficticios. (Hay personajes como Hernán Cortés, Carlota de Bélgica o Pancho Villa cuya vida real superó cualquier fantasía).
Escuchemos al propio Delteil cuando describe, de manera novelada, esta famosa escena en Palacio Nacional, vinculada al más prominente héroe morelense:
“Zapata parece muy bajo al lado de Villa, lanza miradas aturdidas a los techos pintados y artesonados. Es la primera vez que pone los pies en ese lugar. El Palacio no le gusta. Villa parece más a gusto, suelta carcajadas con sus oficiales visitando esta lujosa sala, desde la cual Díaz y Huerta mandaban a sus hombres a la muerte. Su sillón de madera dorada recubierto de terciopelo rojo y dominado por un águila imperial, parece un trono.”
“-Mi general, ¡siéntese aquí!-, le pide un periodista a Zapata.
“-¡Ni lo piense! ¡No combatí para tomar este asiento ridículo!
“-Nada más para la foto.
“Villa, de buena gana, se quita su gorra y se encaja en el sillón presidencial. Zapata toma lugar a su izquierda, su gigantesco sombrero en su regazo y Tomás Urbina a su derecha. Los oficiales, algunos de los cuales llevan todavía vendajes ensangrentados, y algunos consejeros civiles se agrupan alrededor de ellos. El fotógrafo instala su aparato sobre su trípode. Villa y sus amigos posan con cierta complacencia; luego se impacientan con estos preparativos.”
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“-¡Se acabó la broma!-, anuncia Villa una vez tomada la histórica foto.
“-¡Vámonos a desayunar!
“Mientras que los pelones de Zapata tocan tímidamente a las puertas de las casas de la ciudad de México para solicitar algo de comer, Villa y sus amigos se encuentran en la sala del hotel Palacio, un establecimiento frecuentado por una clientela de hombres de negocios internacionales”.
“¡Pancho Villa y Emiliano Zapata serían hoy tan sólo unos mitos un poco polvorientos, apenas buenos para surtir temas de tesis a los historiadores especializados y alimentar la imaginación de los directores de Hollywood! Su lucha, si no hizo desaparecer a los terratenientes de México, llevó, sin embargo, diez años después de su desaparición de la escena política, bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas, después todavía de muchas peripecias sangrientas, a una reforma agraria única en el mundo latinoamericano, simbolizada por el ejido”.
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