/ viernes 26 de julio de 2024

[Extranjeros en Morelos] La ciudad que se convirtió en meca de artistas y políticos del mundo

En esta primera entrega leemos lo que Laura Claridge escribió sobre los paseos de la pintora Tamara de Lempicka en Cuernavaca

La estadunidense Laura Claridge ha enfocado desde el feminismo la mayoría de sus libros, entre ellos varias biografías. Tal es la de la pintora eslava Tamara de Lempicka (¿1898?-1980), amante de México y en particular de Cuernavaca; aquí pasaba largas temporadas en una casa de su propiedad, donde murió. El libro -“Una vida de déco y decadencia”- dice:

“Tamara fue a Cuernavaca, que frecuentaba cada vez más durante sus vacaciones de invierno. Cuernavaca, a sólo dos horas de avión de Houston [donde también solía vivir Lempicka], es una población agazapada en un valle semitropical. Inmortalizada por Malcolm Lowry en su novela Bajo el volcán, la ciudad se convirtió a partir de los años veinte en retiro de acomodados ciudadanos de la ciudad de México y meca de artistas y políticos de todo el mundo”.

“A Tamara le encantaban las callejuelas serpenteantes con su pavimento empedrado, su pintoresco mercado en el centro de la ciudad, con sus talleres artesanales y puestos en los que se vendía de todo, desde chucherías de plata, guitarras, vidrio soplado, bisutería de cuentas huichola, cerámica y alfombras, además de sus cafés con terraza donde se pasaba horas fumando y tomando café, escenario que debía de recordarle el París anterior a la guerra".

"Los mexicanos ricos, así como los norteamericanos y europeos comían a menudo en la posada Las Mañanitas, uno de los lugares más del gusto de Tamara para cultivar contactos sociales. Es típico de Cuernavaca que un exte­rior modesto oculte el lujo del interior, por esto la entrada sencilla de la posada conducía a unas salas decoradas en perfecto estilo colonial, asomadas a suntuosos jardines por los que se paseaban a placer fla­mencos y pavos reales. Tamara visitaba a menudo el Palacio de Cor­tés para estudiar los famosos murales de Diego Rivera que decoran las paredes interiores y que representan la brutalidad de los conquis­tadores imperialistas y el triunfo de la Revolución mexicana. Según su nieta, el interés de Tamara se centraba en las cualidades formales de los murales y muy poco en sus planteamientos políticos”.

“La prueba de que a Tamara le gustaba realmente Cuernavaca fue que muy pronto aquella ciudad comenzó a sustituir a Capri en el iti­nerario que todos los años recorría la artista. Entre las primeras per­sonas con las que se relacionó figuran los americanos Muriel y Jack Wolgin, cuya casa de estilo español clásico era la más antigua de Cuernavaca y albergaba una soberbia colección de arte del siglo XX. Muriel Wolgin era amiga de Peggy Guggenheim y del pintor mexicano Rufino Tamayo.”

“Robert Brady, que se había gastado una pequeña fortuna en restaurar meticulosamente un palacio colonial de la calle Netzahualcóyotl, prestaba a Tamara la atención que ella necesitaba. Coleccionaba arte interesante de todo el mundo y había transformado su casa en un museo atiborrado de cosas pese a vivir en él. Además, diseñaba admirables tapices. A Tamara y a su hija Kizette les encantaba ir a los cocte­les que se servían en su casa".

"Y, por lo menos delante de ella, Robert Brady trataba a Tamara como si la considerara una auténtica artista. A diferencia de Françoise Gilot, que cree que Tamara se servía de su título de baronesa para enmascarar la inseguridad que le provocaba su arte, Brady sentía mayor aprecio hacia lo que lleva aparejado un título. Con todo, a pesar de la simpatía del coleccionista, Tamara, que solía ser una juez inequívoca de las personas, no se dejaba engatusar por sus halagos. Se había dado cuenta de que aquel hombre era superficial y de que sus fidelidades eran volanderas”.

Primera de dos partes.

La estadunidense Laura Claridge ha enfocado desde el feminismo la mayoría de sus libros, entre ellos varias biografías. Tal es la de la pintora eslava Tamara de Lempicka (¿1898?-1980), amante de México y en particular de Cuernavaca; aquí pasaba largas temporadas en una casa de su propiedad, donde murió. El libro -“Una vida de déco y decadencia”- dice:

“Tamara fue a Cuernavaca, que frecuentaba cada vez más durante sus vacaciones de invierno. Cuernavaca, a sólo dos horas de avión de Houston [donde también solía vivir Lempicka], es una población agazapada en un valle semitropical. Inmortalizada por Malcolm Lowry en su novela Bajo el volcán, la ciudad se convirtió a partir de los años veinte en retiro de acomodados ciudadanos de la ciudad de México y meca de artistas y políticos de todo el mundo”.

“A Tamara le encantaban las callejuelas serpenteantes con su pavimento empedrado, su pintoresco mercado en el centro de la ciudad, con sus talleres artesanales y puestos en los que se vendía de todo, desde chucherías de plata, guitarras, vidrio soplado, bisutería de cuentas huichola, cerámica y alfombras, además de sus cafés con terraza donde se pasaba horas fumando y tomando café, escenario que debía de recordarle el París anterior a la guerra".

"Los mexicanos ricos, así como los norteamericanos y europeos comían a menudo en la posada Las Mañanitas, uno de los lugares más del gusto de Tamara para cultivar contactos sociales. Es típico de Cuernavaca que un exte­rior modesto oculte el lujo del interior, por esto la entrada sencilla de la posada conducía a unas salas decoradas en perfecto estilo colonial, asomadas a suntuosos jardines por los que se paseaban a placer fla­mencos y pavos reales. Tamara visitaba a menudo el Palacio de Cor­tés para estudiar los famosos murales de Diego Rivera que decoran las paredes interiores y que representan la brutalidad de los conquis­tadores imperialistas y el triunfo de la Revolución mexicana. Según su nieta, el interés de Tamara se centraba en las cualidades formales de los murales y muy poco en sus planteamientos políticos”.

“La prueba de que a Tamara le gustaba realmente Cuernavaca fue que muy pronto aquella ciudad comenzó a sustituir a Capri en el iti­nerario que todos los años recorría la artista. Entre las primeras per­sonas con las que se relacionó figuran los americanos Muriel y Jack Wolgin, cuya casa de estilo español clásico era la más antigua de Cuernavaca y albergaba una soberbia colección de arte del siglo XX. Muriel Wolgin era amiga de Peggy Guggenheim y del pintor mexicano Rufino Tamayo.”

“Robert Brady, que se había gastado una pequeña fortuna en restaurar meticulosamente un palacio colonial de la calle Netzahualcóyotl, prestaba a Tamara la atención que ella necesitaba. Coleccionaba arte interesante de todo el mundo y había transformado su casa en un museo atiborrado de cosas pese a vivir en él. Además, diseñaba admirables tapices. A Tamara y a su hija Kizette les encantaba ir a los cocte­les que se servían en su casa".

"Y, por lo menos delante de ella, Robert Brady trataba a Tamara como si la considerara una auténtica artista. A diferencia de Françoise Gilot, que cree que Tamara se servía de su título de baronesa para enmascarar la inseguridad que le provocaba su arte, Brady sentía mayor aprecio hacia lo que lleva aparejado un título. Con todo, a pesar de la simpatía del coleccionista, Tamara, que solía ser una juez inequívoca de las personas, no se dejaba engatusar por sus halagos. Se había dado cuenta de que aquel hombre era superficial y de que sus fidelidades eran volanderas”.

Primera de dos partes.

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