El novelista estadunidense Jack London, autor de libros de aventuras para jóvenes (como Colmillo blanco y La llamada de la selva), fue también periodista e hizo reportajes en Veracruz y Tampico durante la intervención militar de Estados Unidos en 1914.
Allí descubrimos a un odioso escritor antimexicano. Valgan estos fragmentos: “El hermano mayor [o sea Estados Unidos] puede vigilar, organizar y arreglárselas en México. Los llamados líderes de México no. Las vidas y la felicidad de varios millones de peones, y de muchos más en el futuro, están en juego”.
“Un policía impide que un hombre golpee a su mujer. Un oficial humanitario impide que un hombre azote a su caballo. ¿Por qué una nación poderosa y que se considera ilustrada [o sea Estados Unidos] no ha de impedir que un puñado de dirigentes ineficaces e incapaces hagan de un buen país [o sea México], con recursos suficientes para tener una civilización feliz y elevada, un matadero y un desierto?”.
Del siguiente párrafo, cabe preguntar: ¿se creería London sus propias mentiras?: “Los dirigentes mestizos en México parecen incapaces de tratar a un peón con la medida de justicia existente y tal como se le practica en el mundo actual. Los peones mexicanos que viven hoy en Estados Unidos -y hay miles- reciben mejor trato que al sur de nuestra frontera”.
“Victoriano Huerta, se dice, fue un peón desheredado, sin un centavo ni esperanza de heredarlo. Durante su dictadura, Huerta ha acumulado y ocultado en Europa 10 millones de pesos extraídos a los peones, sus semejantes, por medio de aquellas deshonestas vías, conocidas hace mucho por los dirigentes mexicanos”.
“Huerta es la flor misma de los indios mexicanos. Tales indios han aparecido, en ocasiones, en Estados Unidos. Huerta es valiente. Huerta es poderoso. Pero Huerta tampoco ha dado muestras de tener elevados ideales ni una visión social amplia”.
“Además, Huerta ha cometido errores. Mencionaré dos de tales errores sólo de pasada, pues considero que vienen al caso para entender lo que quiero decir: 1) no haber matado a Zapata cuando tuvo la oportunidad; 2) su muy grave error de no haber matado a Villa cuando lo tuvo de espaldas a una pared, ante un pelotón de fusilamiento. Fue en esa ocasión cuando obligó a Villa, de rodillas y con los brazos abrazándole las piernas, a pedirle que le perdonara la vida. Villa no ha olvidado este pequeño incidente. Y es justo suponer que el recuerdo de estos dos errores acude a la mente de Huerta y lo llena de arrepentimiento mientras bebe un trago en el Country Club y ve a Villa avanzar implacable desde el norte sobre él, ambas costas bloqueadas por barcos de guerra americanos, a Zapata a sus espaldas, por el sur y el occidente, como un tigre hambriento; su crédito agotado, sólo una porción del territorio en sus manos y su propia gente -la de la capital-lista para despedazarlo al menor tropiezo. No me gustaría ser Villa o Zapata, ni cinco minutos, dado el caso de que Huerta los apresara”.
Ahora London hace otras conjeturas de mala fe: “Dos cosas más deben considerarse para aumentar el desprestigio de esa cuarta parte del 1% de peones levantados en armas. Gran parte de ellos son sencillamente inquietos y rudos; no actúan guiados por la convicción de la bondad de la guerra que emprenden. Gran parte de ellos son criminales y revoltosos. Gran parte de ellos lucha con ambos bandos, de acuerdo a la fortuna de la batalla. Gran parte de ellos son aventureros que prefieren la diversión y la emoción de la guerrilla a quedarse en sus casas, atascados en su vida de labriegos”.