La periodista francesa Françoise Verny, activa feminista muy reconocida por su afilada pluma, entrevistó al sacerdote Gregorio Lemercier en su monasterio de Santa María Ahuacatitlán, en Cuernavaca.
Escribió la introducción al libro Diálogos con Cristo, del afamado introductor del psicoanálisis entre los monjes, publicado en 1968. Este personaje notable atrajo la pluma de muchos otros escritores, entre ellos a los también periodistas Luis Suárez, distinguido español del exilio en México que nos dejó su libro Cuernavaca ante el Vaticano, y la prolífica cuernavacense Lya Gutiérrez Quintanilla, quien publicó Los volcanes de Cuernavaca.
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En ambas obras, los tres protagonistas son Lemercier -por su utilización del psicoanálisis en el monasterio-, el obispo Méndez Arceo -por sus innovaciones en la misa, como ofrecerla en español, que finalmente revolucionaron al mundo cristiano al reconocerlas el Concilio Vaticano II- e Iván Illich, otro sacerdote de avanzada, crítico de la burocracia católica, perseguido por la Inquisición romana, que tenía vínculos con personas de otras religiones, incluso ateos, e indirectamente con luchas armadas del continente.
Leamos algunos fragmentos de esa introducción que Françoise Verny tituló Gregorio Lemercier: un aventurero de Dios:
“Belga, de unos cincuenta años, alto, delgado, distinguido, frío al principio, si no es que glacial, preocupado por la lógica hasta la argucia jurídica: el padre Gregorio Lemercier no corresponde a la imagen tradicional del aventurero. No obstante, es un hombre que, desde hace seis años, se entrega a una experiencia revolucionaria; que ha introducido sistemáticamente el psicoanálisis en un monasterio benedictino. Aún más, este hombre se enfrenta a sí mismo hasta en sus profundidades para descubrir la luz humana y divina de Cristo”.
“Esta aventura se ha revelado al público nacional y extranjero en septiembre de 1965 y ha sido, desde entonces, objeto de numerosos artículos de prensa, favorables o desfavorables, y de numerosos debates”.
“Ya desde 1962, el padre Lemercier, que había seguido a Roma al obispo de Cuernavaca, Mons. Méndez Arceo, como experto privado, había difundido en el ambiente conciliar un corto ensayo sobre el psicoanálisis. Sin embargo, un teólogo, amigo del padre Lemercier, le dijo entonces: ‘Viene Ud. con diez años de adelanto, continúe trabajando en silencio’. El padre estuvo de acuerdo, pues sentía que la experiencia iniciada en 1961 aún no había dado sus frutos”.
“Tan pronto conocido, mucho y mal conocido (la prensa sensacionalista se apoderó de él), el monasterio en psicoanálisis suscitó la reprobación de ciertos medios católicos para quienes Freud, el materialista, aparecía como sinónimo de Satanás; inquietó a otros por su carácter inusitado y sistemático, pero abrió un debate público sobre el problema de las vocaciones, que era lo que deseaba el padre Lemercier; él no es el primero en haber evocado el drama de los sacerdotes y religiosos que abandonan su convento, renuncian a sus votos y se vuelven desequilibrados, o que permanecen fieles a sus compromisos, pero sin llegar a encontrar su equilibrio: los psiquiatras y los psicoanalistas —entre ellos algunos sacerdotes— han tratado a un gran número de casos patológicos y han contribuido a imponer en los seminarios y órdenes religiosas mayor prudencia en la admisión de los postulantes. Pero con mucha frecuencia se detecta el mal —las vocaciones ilusorias o falsas— en sus síntomas clínicos cuando se ha llegado a una crisis”.
Primera de dos partes.