/ viernes 4 de octubre de 2024

[Extranjeros en Morelos] Fragmentos de la 'Historia natural y moral de las Indias'

En esta ocasión nos adentramos en lo que escribió el jesuita español Joseph de Acosta en su célebre libro "Historia natural y moral de las Indias"

El jesuita español Joseph de Acosta (1540-1600) tuvo importantes cargos dentro de la orden de San Ignacio de Loyola: fue rector del colegio jesuita en Lima, donde vivió 14 años, y murió siendo rector del colegio de Salamanca.

A la Nueva España vino un año, en 1586. Acosta produjo numerosos escritos religiosos y didácticos, incluidos un catecismo trilingüe, un libro de aventuras y su obra cumbre, la que hoy nos ocupa: Historia natural y moral de las Indias. El éxito de la Historia fue inmediato, desde luego se tradujo a muchos idiomas.

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Las reflexiones científicas del padre Acosta hoy pudieran parecernos hasta graciosas, pero en su momento eran de avanzada:

“Así que sin duda es el cielo de redonda y perfecta figura, y la tierra, abrazándose con el agua, hacen un globo o bola cabal, que resulta de los dos elementos, y tiene sus términos y límites, su redondez y grandeza, lo cual se puede bastantemente probar y demostrar por razones de filosofía y astrología”.

Leamos esta información de nuestro interés: “Cómese el plátano como fruta, así crudo; ásase también, y guísase y hacen de él diversos potajes y aún conservas. Hay unos plátanos pequeños y más delicados y blancos, que en la Isla Española llaman dominicos; hay otros más gruesos y recios, y colorados. En la tierra del Perú no se dan; tráense de los Andes, como a México de Cuernavaca y otros valles. En Tierra Firme y en algunas islas hay platanares grandísimos como bosques espesos; si el plátano fuera de provecho para el fuego, fuera la planta más útil que puede ser, pero no lo es, porque ni su hoja ni sus ramas sirven de leña, y mucho menos de madera, por ser fofos y sin fuerza. Todavía las hojas secas sirvieron a D. Alonso de Arcila (como él dice) para escribir en Chile algunos pedazos de la Araucana, y a falta de papel no es mal reme­dio, pues será la hoja del ancho de un pliego de papel o poco menos, y de largo tiene más de cuatro tantos”.

Acosta recoge datos acerca de las migraciones nahuatlacas desde el norte hacia el centro del país: “Estos siete linajes que he dicho, no salieron todos juntos. Los primeros fueron los xochimilcos, que quiere decir, gente de sementeras de flores. Estos poblaron a la orilla de la gran laguna de México, hacia el mediodía, y fundaron una ciudad de su nombre, y otros muchos lugares. Mucho después llega­ron los del segundo linaje llamados chalcas, que significa gente de las bocas, y también fundaron otra ciudad de su nombre, partiendo términos con los xochimilcos".

"Los terceros fueron los tepanecas, que quiere decir, gente de la puente, y también poblaron en la orilla de la laguna, al occidente. Estos cre­cieron tanto, que a la cabeza de su provincia la llamaron Azcapotzalco, que quiere decir hormiguero, y fueron gran tiempo muy poderosos. Tras éstos vinieron los que poblaron a Texcoco, que son los de Culhua, que quiere decir gente corva, porque en su tierra había un cerro muy encorvado. Y así quedó la laguna cercada de estas cuatro naciones, poblando éstos al oriente y los tepanecas al norte".

"Estos de Texcoco fueron tenidos por muy cortesanos y bien hablados, y su lengua es muy galana. Después llegaron los tlahuicas, que significa gente de la sierra; éstos eran los más toscos de todos, y como hallaron ocupados todos los llanos en contorno de la laguna hasta las sierras, pasaron de la otra parte de la sierra, donde hallaron una tierra muy fértil, y espaciosa y caliente, donde pobla­ron grandes pueblos y muchos, y a la cabeza de su provincia llamaron Cuauhnáhuac, que quiere decir lugar donde suena la voz del águila, que corrompidamente nuestro vulgo llama Cuernavaca, y aquella provincia es la que hoy se dice el Marquesado".

El jesuita español Joseph de Acosta (1540-1600) tuvo importantes cargos dentro de la orden de San Ignacio de Loyola: fue rector del colegio jesuita en Lima, donde vivió 14 años, y murió siendo rector del colegio de Salamanca.

A la Nueva España vino un año, en 1586. Acosta produjo numerosos escritos religiosos y didácticos, incluidos un catecismo trilingüe, un libro de aventuras y su obra cumbre, la que hoy nos ocupa: Historia natural y moral de las Indias. El éxito de la Historia fue inmediato, desde luego se tradujo a muchos idiomas.

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Las reflexiones científicas del padre Acosta hoy pudieran parecernos hasta graciosas, pero en su momento eran de avanzada:

“Así que sin duda es el cielo de redonda y perfecta figura, y la tierra, abrazándose con el agua, hacen un globo o bola cabal, que resulta de los dos elementos, y tiene sus términos y límites, su redondez y grandeza, lo cual se puede bastantemente probar y demostrar por razones de filosofía y astrología”.

Leamos esta información de nuestro interés: “Cómese el plátano como fruta, así crudo; ásase también, y guísase y hacen de él diversos potajes y aún conservas. Hay unos plátanos pequeños y más delicados y blancos, que en la Isla Española llaman dominicos; hay otros más gruesos y recios, y colorados. En la tierra del Perú no se dan; tráense de los Andes, como a México de Cuernavaca y otros valles. En Tierra Firme y en algunas islas hay platanares grandísimos como bosques espesos; si el plátano fuera de provecho para el fuego, fuera la planta más útil que puede ser, pero no lo es, porque ni su hoja ni sus ramas sirven de leña, y mucho menos de madera, por ser fofos y sin fuerza. Todavía las hojas secas sirvieron a D. Alonso de Arcila (como él dice) para escribir en Chile algunos pedazos de la Araucana, y a falta de papel no es mal reme­dio, pues será la hoja del ancho de un pliego de papel o poco menos, y de largo tiene más de cuatro tantos”.

Acosta recoge datos acerca de las migraciones nahuatlacas desde el norte hacia el centro del país: “Estos siete linajes que he dicho, no salieron todos juntos. Los primeros fueron los xochimilcos, que quiere decir, gente de sementeras de flores. Estos poblaron a la orilla de la gran laguna de México, hacia el mediodía, y fundaron una ciudad de su nombre, y otros muchos lugares. Mucho después llega­ron los del segundo linaje llamados chalcas, que significa gente de las bocas, y también fundaron otra ciudad de su nombre, partiendo términos con los xochimilcos".

"Los terceros fueron los tepanecas, que quiere decir, gente de la puente, y también poblaron en la orilla de la laguna, al occidente. Estos cre­cieron tanto, que a la cabeza de su provincia la llamaron Azcapotzalco, que quiere decir hormiguero, y fueron gran tiempo muy poderosos. Tras éstos vinieron los que poblaron a Texcoco, que son los de Culhua, que quiere decir gente corva, porque en su tierra había un cerro muy encorvado. Y así quedó la laguna cercada de estas cuatro naciones, poblando éstos al oriente y los tepanecas al norte".

"Estos de Texcoco fueron tenidos por muy cortesanos y bien hablados, y su lengua es muy galana. Después llegaron los tlahuicas, que significa gente de la sierra; éstos eran los más toscos de todos, y como hallaron ocupados todos los llanos en contorno de la laguna hasta las sierras, pasaron de la otra parte de la sierra, donde hallaron una tierra muy fértil, y espaciosa y caliente, donde pobla­ron grandes pueblos y muchos, y a la cabeza de su provincia llamaron Cuauhnáhuac, que quiere decir lugar donde suena la voz del águila, que corrompidamente nuestro vulgo llama Cuernavaca, y aquella provincia es la que hoy se dice el Marquesado".

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