Rafael Heliodoro Valle (1891-1958), escritor, poeta, historiador, periodista y diplomático hondureño, se graduó como maestro en nuestro país y aquí vivió con frecuencia desde 1921 hasta su muerte; alternadamente con su residencia mexicana ocupó importantes puestos de su país, como el de embajador en Estados Unidos, de 1949 a 1955.
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Destacan dos libros suyos sobre nosotros: El espejo historial y México imponderable, publicados en 1936 y 1937, respectivamente; ambos recogen artículos periodísticos. Primero escuchemos al poeta, en México imponderable:
“Síntesis de dos imaginaciones brillantes, la del indio y la del español, la leyenda es en México una forma alada de la pasión, aquí donde la creencia es ritual y no un destello del íntimo decoro. En cada mexicano hay una pasión que se quema en el canto o se derrite en la llama de lo maravilloso. La leyenda quería labrar su palacio en el mágico país de los colores. La leyenda llegó volando a Méjico, se puso a cantar: sigue cantando”.
Ahora escuchémoslo en Cuernavaca:
“Aquí está la ciudad de los cañaverales y los tejados de la tierra caliente. Llego a la legendaria tierra en donde los encomenderos pasearon sus bucéfalos y el padre Motolinía no pudo, entre la bondad de estos campos, disimular el temor del alacrán”.
“En el hotel nos agasajan con merienda ostentosa, mientras se mueven al soplo de la tarde las rosas del adviento divino. Al Norte, se yergue entre tumulto de arreboles, el Popocatépetl, y las casuchas de cronicón se escalonan en el paisaje, con la misma quietud que tenían en el siglo XVI. Desde la terraza parece que es fácil tocar el mirador del alcázar en que vivió don Hernán. Entre el rumor de los platanares frondosos, en esta calma de provincia, y bajo el fuego de incensario de la tarde, se alzan los campanarios que puntúan las agujas esbeltas...”.
“Aquí vivió, en busca de salud, el poeta cubano José María Heredia, el del poema Oda al Niágara, y la flora de este paraíso le ha de haber sido el trasunto de su Antilla balsámica y voluptuosa. Aquí tuvo Cortés su ingenio azucarero y su palacio de piedra, en donde se dedicó al amor y al recuerdo de la Conquista, y más adelante, Maximiliano se entretuvo en cazar mariposas y cigarras, según dice el sabio Robelo, mientras las guerrillas republicanas ponían espanto en el alma de sus mariscales”.
“Toda esta Cuernavaca, cuya catedral posee un reloj antiquísimo, brinda al espíritu de los viajeros un perfume de poesía solariega. El aire vibra en los resisteros de esta cálida Cuauhnáhuac, que en un tiempo fue señorío indio y donde los hombres cultivaron el algodón —hace quinientos años—, fabricaron papel con las cortezas de los árboles y extrajeron el cinabrio. He vagado por los jardines de este edén y en lashoras anuentes he visto las cigarras nostálgicas que volaron desde las del Popol-Vuh y chirriando en toda la historia natural, como las palomas de Iximché, cayeron sobre las sementeras, en la época en que el maíz blanco verdegueaba en la montaña de la leyenda y los hombres que comían larvas de tábanos en las cavernas, ofrecían a Tohil lo más oloroso del mundo: el liquidámbar, el anís y los panales”.
“Esta es Cuernavaca, suave ciudad de la tierra caliente. Este es el lugar en donde el Barón de Humboldt, cuando vino a Nueva España, puso el barómetro, y don Hernán Cortés probó hasta empalagarse, la dulzura de la caña y el beso de la mujer”.