Las profesoras estadunidenses Anita Fisher de Aguilar y Rosalind Rosoff coescribieron Emiliano Zapata, hombre de tierra, de 1986, especie de biografía novelada para un público juvenil. Veamos la llegada de un mensajero con el general Genovevo de la O:
—No queríamos molestarlo, mi general, pero es importante. Nuestros hombres informan que hay tropas federales marchando hacia Morelos desde la ciudad de México. Su jefe es el general Victoriano Huerta.
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Luego el general se acercó a Emiliano y le repitió el mensaje.
—¡Cómo!—gritó Emiliano—.¡Después de desarmar a nuestro ejército!
—Ese señor Madero nunca va a aprender. Ya te dije que no hayque tener confianza en él —dijo el general con disgusto—. Esa gente de la ciudad siempre piensa que nosotros los campesinos somos bandidos. Nunca nos van a perdonar por haber reclamado las tierras. El señor Madero siempre escuchará más a los hacendados que a nosotros.
—No puedo creer que haya sido Madero quien ordenara esto —dijo Zapata—. Voy a enviarle un telegrama. Mientras esperamos la respuesta, que los jefes junten a sus tropas otra vez.
—¡Qué bueno que todavía tengo mis rifles y mis soldados! —dijo el general—. Nunca tuve confianza en este gobierno ni la tendré en ningún otro gobierno federal.
—La suerte es que nosotros tampoco entregamos todas nuestras armas; guardamos los mejores rifles por las dudas—dijo Zapata, sonriendo.
Y en ese momento, terminó la fiesta.
El general Huerta anunció que sus tropas bastarían para limpiar de rebeldes y bandidos el estado de Morelos. Zapata contestó que sus fuerzas no estaban integradas ni por rebeldes ni por bandidos, que eran hombres de paz. Dejarían de pelear cuando el ejército de Huerta saliera de Morelos y se hubiera firmado un tratado con el gobierno federal.
El señor Madero le aseguró a Zapata que Huerta no atacaría. A pesar de ello, el presidente interino, De la Barra, respaldó a Huerta, quien marchó a Cuautla para aprehender a Zapata. Pero Emiliano pudo escapar, otra vez huyendo para salvar su vida, otra vez regresando a los cerros donde podía esconderse.
Los zapatistas tuvieron en jaque así al ejército federal hasta el mes de noviembre de 1911. El día seis, México celebró la toma de posesión del nuevo presidente don Francisco I. Madero. Emiliano Zapata no estaba invitado a la ceremonia, pero, a pesar de ello, le mandó un mensaje de felicitación. En él le recordó que no debía tener confianza en oficiales, como Huerta, que antes habían sido leales a Porfirio Díaz. Y firmó: “Su seguro servidor, Emiliano Zapata”. La respuesta del presidente Madero fue una orden para que se rindiese.
Si Emiliano pensó en la posibilidad de rendirse con honor, Madero no le dio tiempo para hacerlo, pues las tropas de Zapata fueron atacadas inesperadamente por el ejército federal. Apenas pudieron escapar al sur de Puebla. Esta vez sí Emiliano Zapata se convenció de que el presidente Madero no le iba a cumplir. Si los campesinos querían tierra y justicia tendrían que ganarlas peleando.
Por donde quiera que llegaban los carrancistas ofrecían dinero a los jefes zapatistas y el indulto. Muchos cabecillas aceptaron su oferta y algunos se incorporaron al ejército carrancista. Sin embargo, los principales jefes siguieron leales a Zapata. Cada vez que le informaban de que algunos de sus jefes se habían rendido, se ponía furioso. Si lograba capturar a alguno de esos, los mandaba fusilar, y después pedía a sus tropas que se unieran a él, para seguir luchando contra Carranza.
—Todavía no hemos ganado —decía—. A Carranza no le importan los pobres campesinos ni las tierras de los pueblos. Sólo le interesa el poder.