Julio Verne (1828-1905), el francés visionario que previó los submarinos, los aviones, la televisión y los cruceros espaciales, escribió su primera novela, casi adolescente, desconocida incluso para los mexicanos, no obstante que se trata de un drama en México.
Los personajes de Verne viajan –en 1825- desde Acapulco hasta el Popocatépetl sin que él haya estado nunca en México. Leamos estos pasajes ubicados entre Amacuzac y Cuernavaca, donde el novelista sitúa cultivos de trigo y vainilla, ambos inexistentes en esa región:
“–¿Dónde dormiremos esta noche?
“–Si hacemos 30 nudos, en Cuernavaca –respondió.
“Campos de trigo crecían en aquel fértil oasis, donde crecen todos los cereales europeos. Los árboles de Asia y Europa entremezclaban sus hojas; algunos arbustos resinosos salpicaban acá y allá el paisaje y perfumaban el ambiente las suaves emanaciones de la vainilla, protegida por la sombra del amyris y del liquidámbar. Así, los dos aventureros respiraban con delicia.”
“–¿No tenemos nada que temer en estas soledades?
“–Nada; como no sea el puñal mexicano.
“–Es verdad –respondió Martínez–. Estos indios de las regiones elevadas son fieles al puñal por tradición.
“–Por eso –dijo el gaviero, riéndose–, tienen una multitud de palabras para designar su arma favorita: estoque, verduguillo, puñal, cuchillo, belduque, navaja. El nombre acude a los labios con tanta frecuencia como el puñal a sus manos. Pero tanto mejor, ¡por Santa María!, al menos no tendremos que temer las balas invisibles de las largas carabinas. Nada más incómodo que ignorar quién es el bribón que trata de matarnos.
“A la vuelta de una inmensa roca apareció a su vista, rodeado por diversas construcciones, el templo de Xochicalco, levantado por los antiguos mexicanos y cuya superficie tiene 9,000 metros cuadrados. Los viajeros se dirigieron hacia el gran cono que forma su base, y que estaba coronado de rocas oscilantes y de ruinas amenazadoras.”
“Después de haber echado pie a tierra y atado sus caballos al tronco de un álamo, deseosos de averiguar la dirección del camino, treparon a la cima del cono auxiliados por las asperezas del terreno.”
“La noche se acercaba, y revistiendo los objetos de contornos indecisos, les prestaba formas fantásticas. El antiguo templo parecía un enorme bisonte echado sobre sus cuatro patas y con la cabeza inmóvil; la mirada inquieta de Martínez creía ver moverse sombras sobre el cuerpo del monstruoso animal. Guardó silencio, sin embargo, para no dar motivo a las burlas del incrédulo José. Éste se aventuraba lentamente, a través de los senderos de las colinas, y cuando desaparecía detrás de alguna anfractuosidad, su compañero se guiaba por el ruido de sus exclamaciones y de sus voces.”
“De repente, una enorme ave nocturna, lanzando un grito ronco se levantó pesadamente sobre sus anchas alas. Martínez se detuvo. Una enorme roca oscilaba visiblemente sobre su base, a 30 pies por encima de su cabeza. De repente se desprendió, y destrozándolo todo a su paso, con la rapidez y el ruido del rayo, fue a hundirse en la llanura.”
“–¡Qué avalancha! Bajemos –dijo el gaviero. Martínez le siguió sin decir una palabra, y ambos llegaron en breve a la meseta inferior. Allí, un ancho surco marcaba el paso de la roca.
“–¡Santa María! –exclamó José–. Nuestros caballos han desaparecido; muertos, aplastados por la roca.
“El árbol al cual habían estado atados los dos animales había sido, en efecto, arrastrado con ellos por el enorme peñasco.”
“Los dos españoles tomaron el camino sin decir una palabra más, y a medianoche llegaron a Cuernavaca; pero les fue imposible proporcionarse caballos, y a la mañana siguiente se dirigieron a pie hacia el Popocatépetl.”
