“Madero hizo su entrada en la ciudad de México el 7 de junio de 1911. Inmediatamente después, se volvió a encender la lucha. Era inevitable que sucediese así. El que hubiese creído en la dinámica revolucionaria no podía dejar de sentirse desilusionado. Todo parecía absorbido por el antiguo régimen, bajo la custodia del ejército federal. En las ciudades y en los pueblos seguía en pie la vieja burocracia, con el agravante del desarme de las unidades guerrilleras. Los peones volvían a caer bajo la férula de los latifundistas, a los que nadie quitaba ni un palmo de tierra. Los obreros de los centros urbanos se veían vigilados y casi actuaban en la clandestinidad para asociarse en sindicatos; sus publicaciones, El Radical, El Socialista, eran boicoteadas”.
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“Pero un jefe se había negado a obedecer y había mantenido a sus hombres armados: Emiliano Zapata. A finales de junio, éste pidió al Gobierno que ejecutase la cláusula del Plan de San Luis Potosí que se refería a la restitución de las tierras a los propietarios despojados por el régimen porfirista. Como toda respuesta, Francisco León de la Barra desplazó hacia el sur contingentes de tropas. Zapata movilizó a sus peonesy volvió a ocupar pueblos y ciudades. El estado de Morelos volvió a ser un campamento militar. Toque de queda, asaltos a los trenes, emboscadas, fueron los episodios que una vez más lo sacudieron”.
“La voz que se esperaba, la gran propuesta de rectificación, vino desde el sur. La lanzó Emiliano Zapata. Después del desafío a Francisco León de la Barra, y tras la sucesiva rotura con Madero, Zapata se había refugiado de nuevo en su Morelos natal, agitando la bandera del agrarismo. La lucha que realizaba hundía sus raíces en la pureza de las tradiciones. Desprovisto de cultura (de la cultura académica) pero atado a su gente, Zapata formuló en un documento las reivindicaciones cardinales del programa agrario”.
“El Plan de Ayala era lo más realista que había producido la Revolución hasta aquel momento. No sugería llamadas a míticas edades de oro, sino que penetraba vivamente en la herencia histórica nacional. Su misma rusticidad era el resumen de su propio valor porque lo conectaba con las savias primigenias de la mexicanidad. Por eso se hizo inmediatamente popular y durante mucho tiempo representó la Carta de las reivindicaciones del proletariado de los campos; pero por la misma razón atrajo sobre sí la hostilidad de los poderosos, decididos a conservar el régimen de la mentira”.
“A finales de octubre de 1914, en la escena mexicana actuaban tres actores principales: Villa, Zapata y Carranza. Los dos primeros, aliados; el tercero, su enemigo común. En segundo plano actuaba Obregón, que había apostado por el caballo de Venustiano”.
“El genio militar de Obregón obligó a los villistas y zapatistas a evacuar la ciudad de México. De todas formas, estaba claro que el peligro más serio para Carranza era Villa, no Zapata: efectivamente, éste, encerrado en el horizonte de su agrarismo reducía su actividad rebelde a la tutela de sus peones meridionales; Villa, sin embargo, alargaba sus miras a un trastorno de mayores dimensiones. Obregón concentró entonces sus esfuerzos sobre Villa”.
“El asesinato de Zapata, si por un lado acabó con la revolución armada en el sur, por otro volcó sobre Carranza acusaciones y críticas infamantes. De esa manera se ensanchó la grieta en las fuerzas revolucionarias”.