El primer embajador de España ante México fue Ángel Calderón de la Barca, en 1839, y aquí vivió dos años con su famosa mujer (por su libro La vida en México), inglesa que adoptó el apellido de su marido. Con una pluma mucho menos agradable que la de su esposa, leamos al diplomático:
“Llegamos a un pueblo situado en una altura que se llama Huitzilac. Los indios allí son más blancos y bien parecidos que en el valle poblado de negros, mulatos, zambos y todas esas razas miserables e ignorantes. Desde la altura divisamos ya los cañaverales de tierra caliente y fuimos bajando sin parar hasta Cuernavaca. En la altura vimos ya altas montañas y espesísimos bosques, otra naturaleza”.
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“¡Cuernavaca! Allí estableció Cortés sus posesiones. Allí construyó su palacio, hoy cuartel y casi arruinado. Allí hizo fabricar una iglesia de hermosa construcción, señaladamente la atrevida y larga bóveda que forma la única nave [hoy Catedral]. Allí fundó el convento de franciscanos que habitaba dicha iglesia, hoy parroquia en ruinas, como todo. Bello clima, aguas abundantes. D. Anselmo Zurutuza ha comprado allí por 6000 pesos una casa cuyas ruinas anuncian un antiguo palacio en el que fue magnífico jardín del en un tiempo poderoso Laborda, para casa de las Diligencias”.
“Recibiéronnos fríamente las mujeres de la casa. Varias de ellas pasaban y repasaban por delante de nosotros con la curiosidad de indios salvajes sin saludarnos y con la ridícula importancia de aldeanas”.
“Salimos para Atlacomulco; así se llama el dilatado, regado y fértil pedazo de tierra que poseía Cortés, que ha heredado el Duque de Monteleone, que administra D. Lucas Alamán y que tiene arrendado por muy poco Zurutuza, en compañía de su socio en esta empresa D. Juan Goríbar, mexicano”.
“Mil cosas podrían cultivarse allí con buen éxito. Centenares de familias podían vivir en la abundancia en los terrenos que aún están incultos o en prolongados barbechos: pero allí sólo se trata del cultivo de la caña y de la fabricación del azúcar: como que es el producto más lucrativo. Negros, mulatos, zambos, más aseados que los indios peroo más malvados o tan ignorantes. Sin embargo hay en los alrededores pueblos de indios que conservan su lengua, su independencia y su miseria e ignorancia”.
“Allí en la casa de Atlacomulco, en donde tal vez durmió Cortés, hemos pasado ocho días, paseándonos debajo de altos naranjos, de chirimoyos, de mangos y entre cañaverales; he sido feliz, he estado sin cuidados ni disgustos durante horas enteras”.
“En Cuernavaca (ciudad que hoy llaman de las leyes) donde sucedió uno de los mil pronunciamientos de Santa Anna, sólo hay que admirar el Palacio que fue de Cortés, hoy sucio cuartel y la bóveda de la Iglesia quese construyó en su tiempo. La villa no ha prosperado y sin embargo el terreno es fértil y copiosamente regado”.
“Lo pasamos alegre y tranquilamente en la hermosa huerta de naranjos de Atlacomulco. Por la tarde paseamos a caballo por medio del pueblo de Acapanzingo, mi mujer admirando su fertilidad, yo echando de menos lo que podría ser si fuesen más civilizados los pobres indios que le habitan”.
“Atlacomulco pudiera ser un paraíso. Es un ingenio de azúcar. No sé lo que será un ingenio de negros; pero cuán poco imaginan los poderosos lo que cuesta de sudores y de miseria el terrón de dulce con que dan sabor a su café”.
“Llegamos a Miacatlán; hacienda de un amable anciano llamado Pérez-Palacios, que nos dio bien de almorzar. Tiempos atrás se cayó de un caballo, llamaron médicos afamados. Se llevaron un dineral y quedó sin poder andar”.
Primera de dos partes.