“Cortés tuvo en Cuernavaca su palacio, que se conserva. En las viejas paredes hay actualmente pinturas del gran Rivera nada halagadoras para el conquistador ni para los españoles actuales, extraños a todo imperialismo”.
“Cuernavaca, por estar más baja que la capital de México, es más templada y sedante. Los capitalinos van a ella de temporada, pero también a pasar un día y un fin de semana".
"Se va en dos horas, por una carretera que como casi todas las del país parecen trazadas por las serpientes. (Todo lo que las serpientes imaginen ha de ser serpentino, serpenteante.)”
“Cuernavaca es el refugio de los cardiacos y de los pacientes de alta presión arterial, pero es también lugar de recreo y simple descanso. Y lugar de turismo. Realmente hay dos Cuernavacas en una: la de toda esa gente, y la de los indígenas y labriegos”.
El viejo y el nuevo pueblo
“Los hotelitos o nuevas villas de los adinerados (nunca mejor que en México hombres de peso) han ido creciendo al margen del antiguo corazón, a un lado y otro de la carretera principal o por las cercanías de La Selva, casino fracasado donde hace años se jugaba fuerte”.
“La parte vieja del pueblo conserva su sello hispano; la nueva enseña su pochismo o sabor californiano en la arquitectura. En la vieja hay una plaza donde confluyen indígenas, turistas, forasteros temporales y todo el mundo. Todo ese mundo que vive de paso”.
“En esa plaza hay árboles centenarios donde pían y pían millares de pajaritos. (¡Cuidado al sentarse en los bancos bajo estos árboles, que los vagacielos dejan caer su remanente gástrico!). Hay limpiabotas, que en México se llaman boleros porque antiguamente se servían de una bola de sebo para su menester”.
“Tepoztlán es un pueblecito del estado de Morelos. No es lugar de turismo todavía, y por eso conserva su pureza. Es un lugar recóndito; no se le divisa hasta que el auto va a tocar alguna gallina, algún perro o alguna criatura. El viajero va sintiéndose intrigado desde la mitad del camino por el aspecto de las enormes y fantásticas moles rocosas. He visitado este pueblo en los días tormentosos del verano y en los radicalmente diáfanos de enero. Siempre tiene encanto”.
“Cuando se publicó por primera vez Cornucopia de México no conocía como hoy este rincón donde queda amodorrado hasta el idioma azteca. Después, por instigación del poeta Carlos Pellicer, he podido huronear a mi gusto por el pueblo los intrincados cafetales y los repechos pedregosos”.
“El pequeño núcleo urbano que se ve nos engaña respecto a la densidad de la población. Yo no sé cuántos habitantes tiene Tepoztlán, pero sé que la mayor parte de las viviendas y de los vecinos viven ocultos entre la densa arboleda. Únicamente las torrecillas de las iglesias irrumpen acá y allá, quebrantando esta especie de consigna de recogimiento. Las iglesias son ocho. No las he visitado, sino contado desde las cúpulas del convento, que es el centro del pueblo”.
“En las mañanas purísimas, de cristal recién lavado, es una delicia subir a lo alto de las cúpulas y otear todo el entorno. La luz parece hecha para alegrar. Las mujeres van descalzas y llevan rebozos y faldas claras. Las niñas de los colegios van limpias y vestidas de blanco. Los hombres llevan huaraches. Domina la limpieza”.
“Lo más curioso de Tepoztlán dentro de lo urbanístico es su servicio de agua: las tuberías quedan a flor de tierra. Cada vecino se da cuenta de lo que significaría machacar o cortar una de las arterias flotantes”. “Otra curiosidad es que la luz para el cine se la proporciona la planta particular de Altolaguirre”.
La influencia de Carlos Pellicer
Cuando se publicó Cornucopia de México no conocía como hoy este rincón (Tepoztlán) donde queda amodorrado hasta el idioma azteca. Después, por instigación del poeta Carlos Pellicer, he podido huronear a mi gusto por el pueblo los intrincados cafetales y los repechos pedregosos, narró Moreno
El libro Cornucopia de México es una de las obras más representativas del historiador español que se afincó en México. Aquí se exponen trabajos de recopilación, ordenamiento y opiniones sobre casi todo lo mexicano, desde lo trivial hasta lo más significativo que nos distingue.
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