El español Jacinto Marfil fue secretario del 42º virrey de la Nueva España, Agustín de Ahumada y Villalón, marqués de las Amarillas, quien aquí gobernó de 1755 a 1760. Éste había sido gobernador y teniente coronel del regimiento de guardias reales. Gran impulsor de la minería novohispana, continuó la construcción del desagüe del Valle de México y el combate contra los indios del norte, especialmente los comanches.
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El virrey, enfermo, se trasladó a Cuernavaca “por recomendación médica” en noviembre de 1759, mas regresó a la capital en febrero de 1760 para morir allí. Fue su secretario, Marfil, quien escribió estas Noticias instructivas para el nuevo virrey, Francisco Cajigal de la Vega. En ellas toca temas frecuentes en los informes de los virreyes, como son los asuntos fiscales:
“Como a más de las razones que pedía el Real Consejo, se propuso el señor virrey difunto era de conveniencia la data de cuenta general por el contador, así porque ya formada la que presentó no puede prevalecer la dificultad que para darla ha reinado hasta aquí, como por la monstruosa repugnancia que tiene el no dar cada ministro cuenta de su conducta, mayormente tratándose de administración de real hacienda, quiso el señor virrey difunto establecer precisamente la cuenta general anual del ramo de tributos, reduciendo a preceptos dicha formalidad y así lo prometió hacer a la superioridad, como V. E. hallará en la correspondencia de oficio y del despacho hecho en Cuernavaca. Y con efecto; arreglado a los preceptos que me impuso, formé una Instrucción […]”
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Otra materia fundamental era la de la seguridad pública:
“V. E. sabrá ya y será testigo del crecidísimo número de hombres ociosos que son a cargo de México y suelen inquietar la tranquilidad pública, por el envejecido vicio del latrocinio y de las demás relajaciones que proceden de la misma ociosidad. Sólo el celo de la justicia y de los ministros encargados de castigar y evitar los desórdenes pueden hacer el que no se propague hasta el punto de mayores consecuencias.”
“La quietud pública se conseguirá, no con la repetición de publicar bando contra los ebrios, sino con el celo, con las rondas y con evitar el uso de bebidas prohibidas con nombre de chinguiritos [aguardiente de caña de azúcar, con diferentes sabores], y las casas donde receptan los consumidores de ellas, y para lo cual convendrá mucho que V. E. mande informarse del expediente sobre la publicación pretendida de un bando, a consulta de la real sala, y negado por mi jefe en Cuernavaca por un decreto preventivo de lo que advirtió en la inobservancia de lo antecedentemente ordenado en el asunto y para evitar delitos”.
“Está declarado ser contra [la salud] el uso de chinguiritos. La fábrica de ellos y su consumo es un vicio muy arraigado y perjudicial al dispendio de caldos de España, y por consecuencia a los cosecheros y comercios”.
Ya se ve que no era solo una cuestión de salud pública, sino de proteccionismo imperialista a la industria peninsular en contra de las industrias locales de la colonia.
También es de interés destacar que Cuernavaca ya era, desde entonces -y mucho antes-, un lugar recomendable para el reposo y la convalecencia.
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