Andrés Jorge nació en Cuba en 1960 y radicó en la ciudad de México desde 1991. Autor de otras novelas y cuentos, en 1997 obtuvo el Premio Joaquín Mortiz para Primera Novela con Pan de mi cuerpo. Fue director editorial de la revista “National Geographic” en español y profesor de letras estadunidenses y de traducción.
Aunque este libro -Voyeurs, de 2001- en términos generales no se desarrolla principalmente en México (de hecho es difícil precisar dónde tiene lugar, por su multiplicidad de tiempos y espacios), hace numerosas alusiones a nuestro país y sí hay pasajes que aquí se ubican, como veremos en el caso del estado de Morelos.
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Dentro de cierto manejo temático libérrimo, el protagonista es pintor en una vertiente de la novela, es náufrago en otra y había sido luchador. Así inicia el texto:
“El rumor de que el Fabulador de Aracataca acompañaría al papa en su visita a México provoca de la noche a la mañana un aumento en la demanda de pececitos de oro en lugares como la plaza de Coyoacán, Tepoztlán y otras ferias dominicales y bazares ocupados por gente cercana a Nuestro Protagonista. El verano del noventa y ocho cede ya ante el avance del otoño, arremolinándose en vientos papaloteros que parecen llegar de sitios tan lejanos como la infancia”.
Un pequeño y connotado poblado morelense es el que más aparece en este libro, a manera de aislados destellos:
“Porque ese anacoreta chino en su paisaje con río, ese eremita en su desierto, ese místico ermitaño en su cabaña del bosque y ese Pintor retirado en su taller-cuarto de servicio de una moderna mansión de dudosa procedencia en Cocoyoc, todos producen durante la noche una cantidad nada desestimable de andrógenos, acumulan químicos nefandos en su cerebro mientras duermen y se despiertan al filo del amanecer, si no antes, con un nivel de lujuria que bloquea de manera definitiva los más profundos y nobles pensamientos”.
“Como saben, nuestra madre vive ahora más tiempo en México que en Corfú. El llamado de la tierra, dicen, llega con la edad. Lo cierto es que prefiere ya ese tipo de vida plácido y aislado allá en su casa en Cocoyoc y las reuniones con sus amigas americanas, y andar de mecenas de pintores o artistas, que abundan por esos lares”.
“De algún modo las veladas en Cocoyoc fueron un tributo a la memoria de mi padre y a aquella última travesía de su querido barco, el nuestro, pero la novela en sí (esta novela) es a su vez una gozosa rememoración de esas veladas y un acto de agradecimiento a la vida misma por habernos dado una vez más a quienes estuvimos allí entonces y acá hoy la posibilidad de revivir juntos tantas historias y de vivir otra vez en ellas, de amar, de reír, de sabernos vivos. Y bajo las estrellas y en el aire perfumado de las noches de Cocoyoc volver sobre tantas ideas pasadas y presentes: sobre aquellas obsesiones que nos acompañaban quizá ya desde entonces, diez años más jóvenes: la posibilidad del amor, los viajes en el tiempo y en el espacio, la pérdida de Dios y de la inocencia, el voyeurismo espiritual e intelectual, o cualquiera de esos temas que de algún modo hallan espacio en estas páginas y en las historias que aquí se narran”.
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