El teniente austríaco Georg Karl Altmann (1839-1918) llegó a México a los 25 años de edad como parte de la escolta personal de Maximiliano, a quien el joven oficial se refiere como el káiser. Las cartas que dirigió a su hermana en Viena son ilustrativas.
Esta faceta de Maximiliano está poco divulgada:
“El 13 de febrero, escoltando a su majestad, dejamos el palacio imperial de México y tomamos el camino. Al káiser, supersticioso como era, le causó desazón emprender un viaje en día 13 y más aún al recordar que, coincidentemente, su esposa, la emperatriz Carlota, también había partido rumbo a Europa un día 13, el de julio del año anterior. ¡Pobre del emperador! ¿Intuiría ya desde entonces que lo condenarían a muerte exactamente cuatro meses después, el 13 de junio?”
Desde Cuernavaca, en abril de 1866, Altmann escribe:
“La aversión que el emperador siente por el clima frío ha propiciado que pasemos largas temporadas en esta pequeña ciudad. En el invierno, cuando su majestad despachaba los asuntos de gobierno en sus salas de trabajo, en Chapultepec o en el palacio imperial, hacía encender una estufa que mantenía muy elevada la temperatura de la habitación. Él se sentía a sus anchas, mientras que a su secretario José Luis Blasio y a los guardias en turno les escurría el sudor por el cuello.”
“Desde que su majestad conoció Cuernavaca, quedó prendado de su exuberante vegetación y de su clima cálido. De manera que tomó en arrendamiento el llamado Jardín Borda, que es una antigua y bella finca solariega, si bien es cierto que se encontraba casi en ruinas. En muy poco tiempo se limpiaron los jardines y los estanques, se reconstruyeron muros y se tapizaron paredes para la inauguración de esta nueva residencia imperial. La casa es enorme: tiene dos patios, terrazas, corredores y muchas habitaciones para gabinetes de trabajo y alcobas.”
“Además, en Acapantzingo, pueblo cercano a Cuernavaca, el emperador ha mandado construir otra casa, de estilo pompeyano, para obsequiarla a la emperatriz. A esta residencia la bautizó como El Olvido.” [En realidad, tanto Maximiliano como Carlota en sus cartas la llaman “Olindo”, pero varias traducciones mexicanas de otras fuentes le dicen Olvido.]
“El káiser ha hecho traer a la quinta Borda al heredero del imperio: el niño Agustín de Iturbide, nieto del primer emperador de México. Por falta de sucesión, el káiser Max decidió ‘reconocer’ a este pequeño de tres años de edad (hijo de una señora norteamericana y del difunto don Ángel, segundo hijo del emperador Iturbide), como su legítimo sucesor.”
“Cuando el emperador se traslada a Cuernavaca lo hace en una enorme carretela, que tiene un compartimiento para provisiones y otro para papeles y artículos de escritorio. El tiro está formado por doce mulas blancas, de idéntica alzada y adornadas con aparejos azules. Cochero, mozos y lacayos visten todos de charros. Lo vistoso de la comitiva imperial llama la atención de los indígenas, que se detienen a la orilla del camino para verla pasar.”
“Esta vez, el káiser piensa quedarse en Cuernavaca un buen tiempo, pues ha hecho instalar una línea telegráfica para la comunicación con la capital. Su majestad adora los momentos de meditación y sosiego que pasa tendido en su hamaca del corredor; ama los ratos que destina a pasear por los jardines con el profesor Billimeck –zoólogo, botánico, ex monje y loco inofensivo– para recoger pequeñas especies de animales y plantas, y disfruta plenamente aquellas horas en las que le es posible recorrer a caballo estas fértiles tierras. Pero no todo puede ser ensoñación, estudio, ejercicio y holganza... hay problemas muy graves para que el emperador se dé el lujo de desentenderse de ellos.”
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