**Esta historia es real, solo cambié los nombres por respeto a los protagonistas
Parece que las horas corren como si quisieran comerse hasta los segundos. Parece que cuando más ganas tienes de vivir, es cuando más encuentras obstáculos. El tiempo no perdona. Solo camina, recorre, avanza y no entiende de pausas.
A Elena Macías le mataron las ganas de vivir. A ella le arrancaron las ganas de continuar viva.
Hace 12 años perdió a su hijo. A Diego lo asesinaron -dice Elena- aunque a ella no le consta que eso ocurrió, pero por la manera en cómo sucedieron los hechos, es que comprende que él ya no existe en este mundo.
Diego Hernández tenía 26 años cuando salió de su domicilio ubicado en calle Álvaro Obregón en la colonia Las cruces en Tetelcingo. Esa mañana, Elena se despidió con un beso en la mejilla de su hijo sin sospechar que sería la última vez que vería con vida a su vástago.
Aquel chico que traspasó la puerta tenía una vida en apariencia tranquila, como la de cualquier joven de su edad. Dejó la escuela a los 19 años. Sin embargo, consiguió diversos trabajos de jardinería y albañilería para ayudar en los gastos de su hogar.
Elena, su madre cuenta que Diego tenía amistades con quienes convivía con frecuencia. El joven “salía a dar la vuelta, tomaba dos o tres cervezas, pero no tenía vicios, era muy tranquilo”.
El calvario de Elena
El calvario de Elena comenzó la tarde del 24 de abril de 2009. Diego jamás regresó a casa. En ese entonces, el gobierno de Morelos estaba en manos de Marco Antonio Adame Castillo y los designios de la tranquilidad de la entidad estaban bajo la titularidad de Luis Ángel Cabeza de Vaca, quien fue acusado de brindar protección al cartel de los hermanos Beltrán Leyva.
En 2009, el procurador General de Justicia del Estado de Morelos era Pedro Luis Benítez Vélez. Hasta ese órgano llegó la ficha de búsqueda que Elena interpuso para localizar a Diego.
Pero las inconsistencias y el suplicio de encontrar con vida a su hijo comenzaron a tejer una historia de dolor. De ese sufrimiento, al cual la mujer de 63 años califica como “lo peor que te pueda pasar en la vida, es perder a tu hijo.
Porque no hay día que no piense en él. No hay una sola noche que no llore por su ausencia, por saber dónde está su cuerpo”.
Cuando le pregunté sobre el acompañamiento que le han dado las diversas instancias de justicia, ella comenzó a reír con lágrimas en los ojos “es una burla pensar que esa gente que está en el poder podrá ayudarnos a nosotras las madres. Muchas de nosotras no tenemos dinero, ni los recursos, otras ni saben leer, ni escribir”.
En esta laguna de ignorancia muchas esperanzas de familias enteras se hunden más en el tormento de saber dónde están los restos de sus seres queridos.
Y ya ni siquiera pide que le regresen a su niño -como ella le dice- con vida. Ella sólo clama justicia y que le devuelvan los restos de Diego para poder darle santa sepultura.
Diego desapareció el 24 de abril de 2009. Esa tarde salió para cumplir con la cita que había fijado con sus amigos: Andrés, Esteban y Juan. Han pasado 12 años desde su desaparición, y Elena sigue buscándolo entre sueños, entre recuerdos. Elena no necesita padecer una enfermedad terminal porque me confesó que vive como si estuviera desahuciada. Cada minuto que pasa sin saber del paradero de su hijo, es tiempo en el que ella poco a poco va muriendo.