En 1981, hace 40 años me encontraba en la universidad estudiando Ingeniería Civil y haciendo el servicio social en una comunidad llamada San Pedro Muñoztla a los pies del volcán de la Malinche. El proyecto estaba dirigido por un jesuita: el padre Jesús Quiroz; consistía en asesorar a los campesinos de la comunidad para implementar diferentes eco-técnicas en sus hogares para lograr viviendas “autosuficientes”. No digo sustentables o sostenibles porque en esa época todavía no se había definido el concepto, fue hasta 1992 cuando en la cumbre de Beijing en donde se lanzó a nivel mundial estos conceptos de desarrollo.
Captación de agua de lluvia y su almacenaje en cisternas auto-construidas con ferrocemento; construcción de sencillos calentadores solares auto contenidos para calentamiento del agua para el aseo personal; construcción de baños con separación de aguas residuales y su tratamiento doméstico por medio de sencillos filtros y pequeños humedales y hasta su recuperación parcial y re-uso; digestores de ferrocemento para producción de lodos enriquecidos para abono de sus tierras; implementación de un eco sistema gallinero-conejero para producción de alimentos de autoconsumo; construcción de estufas de leña ecológicas de bajo consumo y alta eficiencia, entre las principales aplicaciones. Estas tecnologías estaban inspiradas en el proyecto de la casa autosuficiente impulsada en Ozumba por los hermanos Arias Chávez, pioneros de las ecotecnias.
El coordinador del proyecto gestionaba los recursos para la compra de materiales, los habitantes de la casa y sus vecinos participaban con la mano de obra y nosotros los estudiantes capacitábamos y supervisábamos los aspectos técnicos.
El proceso de intervención duraba varios meses, la comunidad participaba solidariamente y al final el cambio y la transformación eran impresionantes, el aumento exponencial en la calidad de vida de los campesinos de la vivienda beneficiada era muy notoria. Además, esa familia se convertía en ejemplo para las otras familias y también pasaban a ser activistas naturales en pro de la conservación ambiental, del respeto al medio ambiente y del uso racional de los recursos naturales. Vivir esa experiencia era lo más reconfortante.
Hace 40 años no estaba en la agenda política de ningún partido el cuidado del medio ambiente. No estaba en la agenda nacional el pensar en no quemar gas para calentar agua, o en aprovechar el agua de lluvia para uso doméstico o en tratar las aguas residuales en lugar de construir drenajes y peor aún, contaminar ríos y barrancas.
En México estábamos viviendo el auge petrolero impulsado por López Portillo, aquel que dijo que debíamos de acostumbrarnos a administrar la abundancia; a quien se le ocurriría en ese tiempo pensar en energías limpias, en energía solar o en energía eólica. Nada más a un puñado de locos con visión de futuro.
Cuarenta años después hemos avanzado muchísimo, muchos desarrolladores emplean habitualmente paneles solares, se produce energía limpia a partir de fotovoltaicos al alcance de cada vez más gente y se construyen coches eléctricos, se impulsa cada vez más el uso de la bicicleta en las grandes ciudades y se estimula el uso del transporte público en lugar de uso del automóvil. Hay más conciencia ambiental y preocupación por los impactos en el clima.
Sin embargo, todavía falta mucho por hacer, mucho por legislar, muchas políticas públicas sostenibles que impulsar, dejar de contaminar el aire, ríos y océanos, cumplir la agenda 2030.
Recordar el trabajo ambiental y social realizado hace 40 años encabezado por un jesuita con un gran compromiso social y ecológico y acompañado de jóvenes entusiastas y soñadores me llena de nostalgia y de orgullo, a aquellos locos el tiempo nos dio la razón.