/ martes 11 de agosto de 2020

El México indígena, el México pluricultural

No acabarán mis flores, no cesarán mis cantos.

Yo cantor los elevo, se reparten, se esparcen.

NEZAHUALCÓYOTL

El 13 de agosto se cumplen 499 años de la caída de México-Tenochtitlán, suceso que marcaría un antes y un después en la evolución política del pueblo mexicano.

Recordemos que en la Historia de México se conoce como “La Conquista” al período de lucha entre 1519 y 1521 por parte de los españoles liderados por Hernán Cortés (apoyados por pueblos indígenas) y el Imperio mexica, donde éste es finalmente vencido; sin embargo, de acuerdo al maestro Miguel León Portilla, “La Conquista” es un período que abarcó más tiempo, pues el desmantelamiento de las instituciones mesoamericanas fue paulatino así como de otros pueblos al sureste, occidente y noreste, por lo que se debe hablar más bien de las conquistas de Mesoamérica.

De tal manera que a este proceso que el discurso oficial mexicano llamó “Conquista”, en España es visto no como un período de sojuzgamiento hacia los naturales de las tierras descubiertas sino como un proceso “civilizatorio” que también implicaba llevar la palabra del Dios católico mediante la institución de la encomienda. Pero independientemente de las versiones, lo que sí fue un hecho es que se inició la hispanización mediante la introducción de la lengua castellana, la fe católica, las costumbres hispanas, así como el pensamiento, el sistema jurídico y económico, es decir, se impusieron las instituciones del dominante sobre el dominado, y esto trajo aparejado el sometimiento y explotación de los pueblos y comunidades indígenas.

En este sentido, es menester ver el ejemplo de Anenecuilco, cuna de Zapata, un pueblo fundado desde antes de la llegada de los españoles y que mediante tretas jurídicas y religiosas durante el virreinato fue objeto de despojo de sus tierras en favor de hacendados y religiosos, tendencia que siguió hasta el Porfiriato, y que dio motivo a que el Caudillo del Sur se levantara en armas para pugnar por una reivindicación agraria y social.

También hay que mencionar que al desdibujar a los indígenas se cimentó un sistema de discriminación racial que sigue imperando hasta nuestros días generando violencia en la sociedad mexicana que la ha normalizado en forma de chiste hacia las personas de tez morena, donde lo aspiracional es lo europeo pues “hay que mejorar la raza” se dice. En este sentido, de acuerdo al investigador Federico Navarrete, hay una “necropolítica de la desigualdad” donde el Estado y otros grupos de poder determinan quién vive y quién muere en consecuencia del racismo, en virtud de que ante los ojos de los medios de comunicación, las instituciones y la misma sociedad se minimizan los asesinatos, torturas y desapariciones de la gente indígena o de piel oscura. Al respecto, por siglos la población indígena ha sido objeto de burla, desprecio e invisibilidad institucional, recordemos las expresiones de befa en 2015 del consejero presidente del INE referente al dirigente de un grupo indígena por su forma de hablar español que a consideración del funcionario electoral había visto mucho “Llanero Solitario” pues hablaba como el personaje de Toro: “Yo gran jefe Toro Sentado, jefe gran nación chichimeca”. Entonces, si un funcionario que debe velar por la democracia se mofa de los indígenas, no podemos hablar de una democracia cuando a determinados grupos o sectores de la población los relegan quitándoles su subjetividad.

Pero a pesar de que ya casi se cumplen 500 años de las conquistas de Mesoamérica, ésta aún vive en el México moderno: desde el mismo nombre de México que proviene del náhuatl cuyo significado es “en el ombligo de la luna”, así como de muchos de nuestros Estados (Jalisco, Oaxaca, Yucatán, Tlaxcala, Michoacán, etcétera) y municipios como Cuautla, Cuernavaca, Jojutla, Jonacatepec, Totolapan, Tepoztlán, por mencionar algunos, son de lengua indígena; la comida no es la excepción teniendo bebidas y platillos como el atole, el chocolate, el pozole, el tepache, los chilaquiles, los moles, y los tlacoyos; así como utensilios como el molcajete, el comal, la jícara, y el metate; y también hay que mencionar la herbolaria mexicana que tiene orígenes prehispánicos. De tal forma que en nuestro territorio se desarrolló una cultura originaria que debemos revalorizarla empezando con el respeto a la dignidad y los derechos colectivos de los pueblos y comunidades indígenas que son la base de la pluriculturalidad de nuestro país y que está reconocida en el artículo segundo de la Constitución Política, y por lo tanto, sin su respeto no podemos hablar de democracia.

No acabarán mis flores, no cesarán mis cantos.

Yo cantor los elevo, se reparten, se esparcen.

NEZAHUALCÓYOTL

El 13 de agosto se cumplen 499 años de la caída de México-Tenochtitlán, suceso que marcaría un antes y un después en la evolución política del pueblo mexicano.

Recordemos que en la Historia de México se conoce como “La Conquista” al período de lucha entre 1519 y 1521 por parte de los españoles liderados por Hernán Cortés (apoyados por pueblos indígenas) y el Imperio mexica, donde éste es finalmente vencido; sin embargo, de acuerdo al maestro Miguel León Portilla, “La Conquista” es un período que abarcó más tiempo, pues el desmantelamiento de las instituciones mesoamericanas fue paulatino así como de otros pueblos al sureste, occidente y noreste, por lo que se debe hablar más bien de las conquistas de Mesoamérica.

De tal manera que a este proceso que el discurso oficial mexicano llamó “Conquista”, en España es visto no como un período de sojuzgamiento hacia los naturales de las tierras descubiertas sino como un proceso “civilizatorio” que también implicaba llevar la palabra del Dios católico mediante la institución de la encomienda. Pero independientemente de las versiones, lo que sí fue un hecho es que se inició la hispanización mediante la introducción de la lengua castellana, la fe católica, las costumbres hispanas, así como el pensamiento, el sistema jurídico y económico, es decir, se impusieron las instituciones del dominante sobre el dominado, y esto trajo aparejado el sometimiento y explotación de los pueblos y comunidades indígenas.

En este sentido, es menester ver el ejemplo de Anenecuilco, cuna de Zapata, un pueblo fundado desde antes de la llegada de los españoles y que mediante tretas jurídicas y religiosas durante el virreinato fue objeto de despojo de sus tierras en favor de hacendados y religiosos, tendencia que siguió hasta el Porfiriato, y que dio motivo a que el Caudillo del Sur se levantara en armas para pugnar por una reivindicación agraria y social.

También hay que mencionar que al desdibujar a los indígenas se cimentó un sistema de discriminación racial que sigue imperando hasta nuestros días generando violencia en la sociedad mexicana que la ha normalizado en forma de chiste hacia las personas de tez morena, donde lo aspiracional es lo europeo pues “hay que mejorar la raza” se dice. En este sentido, de acuerdo al investigador Federico Navarrete, hay una “necropolítica de la desigualdad” donde el Estado y otros grupos de poder determinan quién vive y quién muere en consecuencia del racismo, en virtud de que ante los ojos de los medios de comunicación, las instituciones y la misma sociedad se minimizan los asesinatos, torturas y desapariciones de la gente indígena o de piel oscura. Al respecto, por siglos la población indígena ha sido objeto de burla, desprecio e invisibilidad institucional, recordemos las expresiones de befa en 2015 del consejero presidente del INE referente al dirigente de un grupo indígena por su forma de hablar español que a consideración del funcionario electoral había visto mucho “Llanero Solitario” pues hablaba como el personaje de Toro: “Yo gran jefe Toro Sentado, jefe gran nación chichimeca”. Entonces, si un funcionario que debe velar por la democracia se mofa de los indígenas, no podemos hablar de una democracia cuando a determinados grupos o sectores de la población los relegan quitándoles su subjetividad.

Pero a pesar de que ya casi se cumplen 500 años de las conquistas de Mesoamérica, ésta aún vive en el México moderno: desde el mismo nombre de México que proviene del náhuatl cuyo significado es “en el ombligo de la luna”, así como de muchos de nuestros Estados (Jalisco, Oaxaca, Yucatán, Tlaxcala, Michoacán, etcétera) y municipios como Cuautla, Cuernavaca, Jojutla, Jonacatepec, Totolapan, Tepoztlán, por mencionar algunos, son de lengua indígena; la comida no es la excepción teniendo bebidas y platillos como el atole, el chocolate, el pozole, el tepache, los chilaquiles, los moles, y los tlacoyos; así como utensilios como el molcajete, el comal, la jícara, y el metate; y también hay que mencionar la herbolaria mexicana que tiene orígenes prehispánicos. De tal forma que en nuestro territorio se desarrolló una cultura originaria que debemos revalorizarla empezando con el respeto a la dignidad y los derechos colectivos de los pueblos y comunidades indígenas que son la base de la pluriculturalidad de nuestro país y que está reconocida en el artículo segundo de la Constitución Política, y por lo tanto, sin su respeto no podemos hablar de democracia.

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