Hijo de franceses, nacido en Nueva York y finalmente avecindado en México, historiador y novelista, Jacques Paire escribió en Senderos de plata (2006) acerca del famoso minero José de la Borda y su hijo, Manuel.
El francés José Laborde y su hermano mayor vinieron a la Nueva España en 1716 haciéndose pasar por españoles de apellido Borda. Hicieron gran fortuna como mineros en varias provincias del virreinato y muerto el hermano, José se quedó en Taxco; allí consumió sus riquezas en la construcción de la iglesia de Santa Prisca. A los 74 años de edad hizo una nueva fortuna, asimismo enorme, en minas de Zacatecas.
Cuando los dos inmigrantes franceses empezaron a tener éxito en sus minas taxqueñas en la primera mitad del siglo XVIII, el principal problema que afrontaron fue el de la escasa mano de obra, pues explotaban a sus obreros y nadie quería trabajar en sus establecimientos. El alcalde de Cuernavaca, Plácido de Porras, sobornado por ellos, obligaba a las autoridades indígenas de diversos pueblos a mandar trabajadores para sus minas. Al respecto, escribe Jacques Paire:
“El espinoso asunto de la mano de obra reclamó nuevamente la atención de los Borda al arreciar los problemas en la villa de Tepoztlán. En efecto, un correo proveniente de Cuernavaca les informó que más de veinte indios habían forzado la cárcel de Tepoztlán para liberar al contingente de operarios destinado a Taxco. La revuelta se extendió a Cuernavaca, adonde más de cincuenta indígenas se dirigieron, enarbolando garrotes y cuchillos, en un intento por tomar el control de la cárcel para liberar a los suyos [también destinados a las minas de los Borda].”
José de la Borda ofrendó a Dios la mayor parte de su dinero y sus dos hijos legítimos (pues tuvo otra, fuera de matrimonio): a su hija Ana María la hizo monja y a su hijo Manuel, sacerdote. Éste siguió la carrera clerical por decisión paterna, pero sin vocación: de joven gustaba del juego, de los lujos y de las mujeres; de hecho, tuvo una hija y luego dos hijos: la fortuna y poder heredados de su padre le permitieron conseguir para ellos la declaración de legitimidad de sangre por parte del rey.
Manuel no se dedicó a las minas, como su progenitor, aunque muerto éste en 1778, mantuvo su fortuna en esas inversiones. Fue durante 18 años párroco de Santa Prisca, en Taxco –la iglesia donada por su padre– y luego en la iglesia de Guadalupe, en Cuernavaca, de 1777 a 1791, y en casa contigua vivió con sus dos hijos varones y la madre de ellos. Fue Manuel quien construyó el Jardín Borda (y no su padre, José, quien ni siquiera conoció este lugar, colindante con la iglesia de Guadalupe).
Paire se refiere al emblemático jardín
“Inspirado por la descripción del suntuoso parque de Versalles, decidió [Manuel de la Borda] aprovechar el clima templado de Cuernavaca para crear un lugar idílico en el que pudiera criar a sus hijos y solazar a sus visitas, un jardín que fuese a la vez refugio y escaparate de su prosperidad y buen gusto. Así, contrató al arquitecto José Manuel de Arrieta para trazar los planos.”
“El 14 de noviembre [de 1783], día de San Carlos Borromeo y del rey Carlos III, se llevó a cabo la inauguración y, después de leer una loa dedicada al soberano, el doctor Borda subió a sus invitados en doce trajineras para dar un paseo sobre el lago poblado de cisnes.”
“Al cabo de una hora, los convidados atracaron de vuelta en el embarcadero para hacer honor a los suculentos manjares servidos en fuentes de plata maciza que destellaban bajo el sol radiante mientras músicos ocultos detrás de los setos amenizaban la tertulia.”
“Después de leer una loa dedicada al soberano, el doctor Borda subió a sus invitados en doce trajineras para dar un paseo sobre el lago poblado de cisnes.”