A bordo de la carretera Cuautla - Jojutla, a la altura del pueblo de Olintepec, la vista se deja dominar por un sombrío retrato del abandono.
El sitio, alguna vez testigo del esplendor de la cultura prehispánica, ahora es un desalentador espectáculo de desatención y negligencia. Se trata de la antigua zona arqueológica de Olintepec, cuyo futuro se balancea precariamente entre la intervención o el olvido.
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Olintepec, con más de dos mil 500 años de historia, es prácticamente una isla en un mar de asentamientos humanos modernos.
La imagen que se desprende es tristemente irónica. Hoy es martes y es día de tianguis. La gente cuelga sus mercancías de la cerca perimetral que, en teoría, debería servir para lo contrario. Cada artículo colgado es un recordatorio del descuido que sufre el lugar. Al otro lado de la carretera están los restos de una capilla, una reliquia levantada por los frailes dominicos, que sufre aún más: sus antiguos muros son hoy víctimas del graffiti. Si el centro ceremonial el cuenta al menos con una cerca, la capilla ni siquiera llega a eso.
INAH, vetado de Olintepec
Hasta la década del año 2000, la zona estaba bajo la administración del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), pero tras un conflicto social desencadenado por la construcción de una escuela en los terrenos de la zona arqueológica, el INAH se vio forzado a retirarse.
Gerardo Alcántara Molina, coordinador de Turismo y Cultura en el Ayuntamiento de Ayala, confirma esta serie de eventos.
"Las ruinas no están abandonadas en términos técnicos, el problema es que el INAH ha evitado involucrarse debido al miedo a represalias o conflictos sociales", afirma Alcántara. La primaria Rafael Ramírez sigue abierta y la intervención del INAH en la zona es un recuerdo lejano.
La situación no es simplemente que Olintepec está abandonada, sino que su supervivencia se encuentra en un tenso equilibrio. Alcántara señala que, aunque a veces organizan recorridos de ciclismo y rutas a través de la zona, siempre deben tener cuidado de no molestar a los ejidatarios que consideran a Olintepec su propiedad.
"Ellos son quienes están a cargo", dice.
Ruinas olvidadas
A la sombra de un árbol, a unos metros de las ruinas de la capilla, uno de esos ejidatarios contempla el paisaje matutino con paciencia budista. Para pasar a tomar fotos basta con decirle buenos días. Luego, él explica que el trabajo del ejido es cuidar de estos terrenos para evitar que sean saqueados.
"Esto estaba muy feo, pero lo limpiamos para que se vea bien. La gente no cuida, no sabe lo que es bonito", dice el campesino, de unos 70 años, y agrega que antiguamente había otra capilla en el cerro, que fue destruida por la propia comunidad.
En sus mejores tiempos, el asentamiento de Olintepec llegó a controlar importantes rutas comerciales y tuvo una larga historia de prosperidad y cambio. Hoy se encuentra en peligro no solo por la erosión del tiempo, sino también por la interferencia humana.
Entre los restos arqueológicos vive un hombre indigente, de nombre Eliseo, que se autodenomina curandero y guardián de los vestigios, y que proporciona recorridos a los pocos aventurados que deciden visitar el lugar.
"Aquí se guardaban los vestigios de los personajes relevantes de la sociedad tlahuica, ¿sí me explico?", cuenta Eliseo, quien parece ser uno de los más interesados en preservar y difundir la riqueza del antiguo asentamiento.
Vestigio viviente
La zona arqueológica es un vestigio viviente de una época remota, con raíces que se extienden hasta el año 1000 a.C., cuando sus primeros habitantes, que se identificaban con la cultura olmeca, se asentaron cerca del río Cuautla y bajo la sombra tutelar del cerro del Olinche, visible hacia el oriente.
Este enclave estratégico les permitió controlar rutas comerciales vitales, y forjar vínculos con otros núcleos importantes como Zazacatla y Chalcatzingo.
El apogeo de Olintepec se dividió en cuatro etapas clave. Durante la primera (800 - 500 a.C.), emergió una clase gobernante que incorporó elementos estilísticos de la cultura olmeca para destacar su estatus.
En la segunda fase (500 - 150 a.C.), los pobladores edificaron un templo para su deidad protectora sobre una base piramidal, que fue modificada en múltiples ocasiones hasta alcanzar una altura de 10 metros. Durante este período, entablaron relaciones con comunidades tan lejanas como Cuicuilco, en la Cuenca de México, hasta Guerrero.
En el periodo comprendido entre el 700 y el 900 d.C., trasladaron su centro ceremonial al Cerro del Olinche, tal vez en un intento de emular a las florecientes metrópolis de su tiempo, como Xochicalco y Cacaxtla. Luego, en el año 1220 d.C., los tlahuicas llegaron al territorio que ahora conocemos como Morelos y renombraron el lugar como Olintepec.
En su apogeo, el centro ceremonial constaba de más de 16 templos rodeando varias plazas con un altar central, incluyendo el Palacio del tlatoani o gobernante. Hoy lo rodea un restaurante de mariscos y el tianguis.
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