El Congreso del estado ha pasado por varias etapas desde que se reinstauró en 1930. La primera es durante el dominio del PRI como partido mayoritario y se va hasta 1997 cuando el PRI pierde su mayoría y viene la primera gran reforma al poder legislativo. En este largo período de 67 años los diputados prácticamente dependían del ejecutivo, sumisos lo obedecían bajo la conducción de la Presidencia de la Gran Comisión. El Gobernador los premiaba económicamente y los castigaba hasta con su desafuero si le eran incomodos. La presencia de la mujer solo era testimonial.
En las legislaturas 44 a la 46 (1988-1997) la presencia de partidos de oposición fue incrementándose gracias a las diputaciones de representación proporcional, aunque todavía esa presencia no significaba un desafío al sistema de partido mayoritario. Con la 47L inicia la transición democrática en el Congreso y con ello la posibilidad de ser un contrapeso real al Poder Ejecutivo. Les toca elegir a gobernadores sustitutos con la caída de Carrillo Olea: Jorge Morales Barud y Jorge Arturo García Rubí.
A partir de la 48L, de la cual formé parte, la alternancia democrática se hizo presente para quedarse. Asumimos el reto de impulsar reformas acordes con la nueva realidad democrática del estado. Tales como la creación del sistema de transparencia y manejo de la información pública, la creación de la Auditoria Superior y la primera ley de participación ciudadana, entre otros grandes temas.
El Poder Legislativo con la alternancia y la pluralidad iniciada en 1997, está llamado a ser un poder independiente que vigile el uso de los dineros públicos, audite y establezca los contrapesos que permitan gobernar con transparencia y probidad. Un poder que legisle y vaya adecuando el marco legal a las nuevas realidades.
Sin embargo, en esta etapa de transición, el papel del Congreso no ha sido claro. No ha asumido su papel de contrapeso y de vigilancia, al contrario, a veces pareciera un poder tapadera que solapa y voltea hacia otro lado ante las corruptelas, los errores, y las estupideces del Ejecutivo. Pareciera que rige el pago por evento, la dadiva que todo esconde y calla. El Congreso de la transición es caro e inútil.
El reto es hacer del Congreso el poder que represente realmente a la gente, que sea la voz y el rostro de los morelenses, de sus anhelos y de sus inconformidades. El reto es devolverle al Congreso la credibilidad y ponerlo a la altura de las exigencias de la población.
Es necesario iniciar una nueva etapa del Poder Legislativo, la etapa de consolidación democrática y de contrapeso real y propositivo, hay que intentarlo sí no queremos que el estado se siga desmoronando en nuestras narices.