Su interés en temas ambientales y las diferencias entre mujeres y hombres en el entorno natural, significaron para Ariadna Isabel Urbina Ayala, del colectivo Género 33, sus primeros acercamientos al feminismo.
Urbina es representante de Impulso Sustentable, Ambiental y Cultural A.C. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y cuenta con una maestría en Género, Derecho y Proceso Penal.
Nacida en la Ciudad de México, llegó a los siete años a Morelos, pero fue hasta 1997 cuando decidió radicar en el Pueblo Mágico de Tepoztlán.
Un hecho que la marcó
Cuando inició el conflicto por la defensa de la tierra por el proyecto del campo de golf en Tepoztlán, Urbina se inició en el activismo ambiental, un proceso que le marcó la vida en muchos sentidos y fue entonces cuando empezó a entender que existe una diferencia entre hombres y mujeres con su entorno natural.
Comentó que las mujeres tienen una relación con el agua, pues en comunidades rurales donde no tienen la comodidad de abrir una llave para obtener el vital líquido éstas son las responsables de acarrear el agua, asegurarse de su existencia al interior de la vivienda y vigilar su uso y aprovechamiento.
“Digamos que fueron mis primeros acercamientos mucho más específicos en esta relación determinada y es diferente como la hacemos mujeres y hombres con el entorno natural”, expresó.
Violencia desatada
Recordó que en 2005, Marcela Lagarde trabajó en la terminología del feminicidio y se empezó a comprender que los asesinatos de mujeres tenían una carga por el hecho de ser mujer.
Además, el tema de las muertas de Juárez hizo un rebote en las voces de muchas mujeres en el país y Morelos no fue la excepción, ya que se estaba exacerbando esta violencia extrema contra las mujeres.
“Empezamos a documentarnos, a informarnos, a entender, son como sentimientos contradictorios porque por un lado empiezas a comprender y te indigna, te enoja, pero por otro lado te hace sentirte parte de algo, de entender cómo las mujeres vivimos una circunstancia determinada, como poder escuchar en palabras las vivencias personales, entender mucho de tu propia historia de vida”, dijo.
Esto llevó a que formaran el Comité contra el Feminicidio, del cual fue fundadora, y esa fortaleza permitió hacer hoy lo que en su momento no dimensionaba: las primeras marchas visibilizando la violencia feminicida y la violencia de género.
Aprendizajes
La creación de la Ley General de Acceso a una Vida Libre de Violencia representó una ley pragmática, y se convirtió en una herramienta que significó aprendizaje, lucha y una transformación importante en la narrativa que llevan como activistas.
Un año después se armonizó la Ley Estatal que, asegura, les ayudó a poder nombrar, sumar y generar un trabajo que les ha permitido a activistas irse especializando en diversas temáticas.
La activista indicó que además del aprendizaje a esta lucha por los derechos de las mujeres también se suman sentimientos de frustración, ya que se han exacerbado las formas en que la violencia contra las mujeres se expresa.
“Aquí pudiera haber toda una mirada desde muchas otras aristas, de si hubo o no los elementos desde el gobierno mismo o desde los distintos poderes que conforman el gobierno, que pudiesen haber impedido este incremento, qué tanto la sociedad fue omisa, qué tanto no hicimos”, puntualizó.
Indicó que sin duda los retos son muchos y el camino es largo porque ven mermado su trabajo desde una posición de poder que no ha valorado, o no ha entendido la importancia del trabajo de la sociedad civil.
La integrante de Género 33 dijo que más que hacer una llamado a las mujeres, sería a los hombres para que puedan tener la capacidad de ubicar su lugar de privilegio histórico y ser más sensibles, por lo que les corresponde entender más que nunca el discurso de la igualdad.