La democracia no es solo una palabra que utilizan los políticos cuando quieren verse progresistas, sino que es el único sistema político que garantiza la libre selección de gobernantes mediante elecciones justas, el disfrute de libertades civiles, la libre participación en la política y el establecimiento de gobiernos funcionales que actúen en nuestro nombre. Vivir en democracia va más allá de la realización de elecciones, es un acuerdo social en el que el poder es ejercido por el ciudadano, no por el gobernante en turno.
Una de las condiciones que estamos enfrentando actualmente es que nadie menor de cuarenta años en nuestro país sabe lo que es vivir en un régimen autoritario, ignoran lo frágil que es la democracia y por lo tanto no están conscientes de la importancia de defenderla y mantenerla.
Quienes hemos vivido más años recordamos lo asfixiante que es tener un partido hegemónico que controle no solamente quién nos gobierna sino también la información que podemos recibir, los lugares que podemos visitar, los productos que podemos adquirir y hasta los alimentos que podemos comer.
También sabemos que el tránsito a la democracia no fue gratuito, que ha costado miles de vidas de actores políticos siendo este año uno de los más cruentos, con más de 150 personas asesinadas durante el proceso electoral que concluyó el 2 de junio, algunos de ellos en Morelos, como el regidor Giovanni Lezama y Ricardo Arizmendi, suplente del candidato a presidente municipal, ambos de Cuautla.
Como sucede con el estado de salud de una persona, la salud de la democracia también puede ser monitoreada con la aplicación de los análisis correspondientes. Los resultados de estos análisis son publicados de manera regular por diferentes grupos que utilizan indicadores complementarios.
Entre estos grupos se encuentran Our World in Data Democracy Index, The Global Democracy Index y Latinobarómetro. Los primeros dos son globales mientras que el último se concentra en América Latina.
La apreciación por la democracia en Latinoamérica no tiene un perfil demográfico definido, se manifiesta igual entre hombres como entre mujeres, no se afecta por la condición económica ni por el nivel de estudios, tampoco existen diferencias entre grupos de edad, lo que es constante en todos estos agrupamientos es que de cada persona satisfecha con la democracia, hay dos que no lo están.
Y México no es la excepción. Gracias a estos reportes podemos documentar que nuestro país ha entrado en un acelerado proceso de deterioro democrático con un aumento reciente de apoyo al autoritarismo de 22 a 33%, el incremento más alto de toda Latinoamérica.
Esta tendencia se confirmó de manera contundente con el proceso electoral de este año cuando el 54% de los votos, equivalente a un tercio del padrón electoral, fueron para el partido en el poder, un partido que ha declarado de manera pública, clara y reiterada su intención de cambiar las reglas del juego electoral para su propio beneficio.
Este resultado coincide también con el análisis de Latinobarómetro en el que la mitad de las personas consultadas en nuestro país expresaron su disposición a aceptar un gobierno que pase por encima de las leyes en la medida que les resuelva sus problemas, que considera aceptable que el presidente controle los medios de comunicación y que no rechazaría el establecimiento de un gobierno militar.
Otro indicador que analizaremos con más cuidado en entregas posteriores es el desplome en la imagen de los partidos. De este tema solo asentaré que la idea de una democracia sin partidos es uno de los errores más graves que tiene la democracia latinoamericana.
Por todas estas razones hay que seguir hablando de democracia, desmenuzarla, analizarla y discutirla, reconociendo que no es perfecta pero sí que, recordando las palabras de Winston Churchill, “es el peor sistema de gobierno, con excepción de todos los demás que se han inventado”. Y tenía razón.