Si queremos un mundo de paz y de justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor
Antoine de Saint-Exupéry
Ante al aterrador y amenazador ambiente de violencia que azota a nuestro pueblo de Dios, los esfuerzos de toda la sociedad civil incluyendo el de todas las iglesias, debemos emprender propuestas para reconstruir el tejido social que ha debilitado nuestra paz social. Ya no basta, tan sólo en alzar nuestra voz o en salir a las calles a demandar a nuestras autoridades que pongan un alto a la inseguridad creciente; ahora requerimos poner nuestra inteligencia al servicio de la construcción de una civilización del amor.
Nuestro dolor ya no puede ser retenido en la impotencia de vernos como espectadores de la tragedia, la realidad sufriente de nuestro pueblo nos exige, sin lugar a dudas, una actitud corresponsable de la necesidad que enfrentamos. Estamos ciertos de la oración constante de nuestra iglesia a favor de la paz, pero ahora como institución tendremos que ir planteando propuestas concretas para la paz, hemos de redoblar esfuerzo en nuestros proyectos que ya de por sí realiza nuestra pastoral social, pero nuestra realidad nos obliga a reelaborar programas de intervención y prevención de las violencias, y en un diálogo maduro y plural, poder llegar a acuerdos conjuntos con el estado. Debemos pasar de la exigencia a la propuesta colaborativa con demás instituciones.
Conscientes de la necesidad de paz, desde nuestra mística cristiana hemos de elaborar propuestas concretas para proponerlas como este acto de buena fe de sumarnos a la pacificación nacional, no queremos sólo demandar nuestros derechos sino invitar a nuestros fieles a ejercer sus derechos de ciudadanía participativa ahora más que nunca. Convocamos a todos los hombres y mujeres de buena voluntad de nuestra iglesia y de todas la iglesias que podamos plantear propuestas que permitan reorientar el rumbo de nuestro estado respecto a las violencias acontecidas, no de ahora sino de hace ya bastantes décadas, en las que no se ha podido consolidar programas eficaces de intervención y prevención.
El terror nos debe unir y fortalecer, tiene que ser un aguijón espiritual para despertar las consciencias de todos, darnos cuenta de la necesidad del otro como comunidad, como fuerza de un pueblo unido ante la hecatombe de las violencias. No podemos atemorizarnos, es un éxodo complicado, que requiere de una iglesia profética. De la destrucción del terremoto fuimos capaces de levantarnos, también de este siniestro social hemos de salir adelante reconstruyendo nuevas estructuras sociales, es un tiempo de cambios, pero ante todo de cambios de mentalidad, la realidad nos demanda también a nosotros a reelaborarnos de manera distinta para responder con perspicacia a los retos de hoy.
Esto es paradójicamente un momento propicio para proponer reformas a nuestros programas de seguridad, de educación, de salud, de bienestar social, en fin, que desde esta urgente resolución de las violencias podamos ejercer un poder ciudadano que impulse transformaciones sociales a favor de la paz social. Esto implica la creatividad en propuestas concretas para una correcta incidencia social. Que el príncipe de la paz sea nuestra fortaleza y nuestra sabiduría para poder actuar a la altura de las circunstancias.