Destruyan el templo y yo lo reconstruiré en tres días.
Juan 2:19
Estoy seguro que no somos los mismos ni lo seremos después de lo acontecido. Este hecho develó muchas cosas entre los escombros; la iglesia peregrina de Cuernavaca hoy tiene un reto histórico para recrearse a sí misma, para repensar la urgencia coyuntural de responder ante el desastre natural que mostró nuestras propias ruinas sociales, pastorales y espirituales.
Un cataclismo natural que hizo daños estructurales en nuestros templos, pero que también ha revirado en un reacomodo de nuestras prácticas eclesiales las cuales ya no podrán ser las mismas.
La tentación sería construir el templo y volver a repetir las mismas prácticas. Quizá la invitación genuina de Dios es esa, no la que entendió en un primer momento San Francisco de Asís: construir una iglesia de piedra; sino la de construir una iglesia viva, iglesia-comunidad que resurge cuando los signos de los tiempos nos exigen un cambio no sólo de mentalidad sino pastoral. Estamos en la antesala de la resurrección, pero es necesario permanecer con fe como María frente al cuerpo inerte y devastado de su hijo, para confiar que Dios hará brotar del costado herido de Jesús asesinado, una nueva forma de ser iglesia.
Ahora somos Iglesia en salida convocados a la vivencialidad de una dinámica pastoral distinta, regeneradora a partir del catástrofe sísmico. El templo material ha quedado dañado, pero el templo espiritual está a la expectativa, presto para un resurgimiento eclesial. No ha sido fácil dicha interpelación a repensarnos como iglesia-sinagogal; sin embargo, son mociones del espíritu para releernos como diócesis, recordándonos que hemos sido y seremos una iglesia que siempre ha dado ejemplo de esperanza, lucha y resistencia.
Decididos a estar a la altura de las necesidades, muchos sacerdotes en unión con el pueblo de Dios se han reelaborado como iglesia, para que el triunfo incierto se edifique en un horizonte de esperanza; siendo capaces de tener una resiliencia para re-crearnos como iglesia resucitada. Las heridas del resucitado no se borran, aún en su cuerpo glorioso siguen en sus manos, pies y costado, como tampoco se borrarán las fisuras en nuestros templos-institución, no obstante, seremos un cuerpo de iglesia resucitado que Dios Padre levantará para mayor gloria suya.
Este proceso de deconstrucción nos cuesta demasiado asumirlo, no todo el tiempo nos encontraremos en el sepulcro de la destrucción, advendrá la ascensión gloriosa, pero era necesario descender a nuestros infiernos, pues en estos escombros ha emergido lo que ya estaba devastado en nosotros. Ahora tenemos que resurgir poniéndonos en disposición del espíritu de Dios, para que podamos responder creativamente un renacimiento eclesial.
Aunque es complejo comprenderlo, es un tiempo de gracia, como los judíos cuando ya no tuvieron su templo; este gran dolor por la demolición de su lugar sagrado no los detuvo para continuar su adoración a Dios en espíritu y en verdad, al contrario, iniciaron un proceso en el surgimiento de las sinagogas obteniendo un tiempo de mucha sabiduría, fortaleza y confianza en Dios. De igual manera nosotros tenemos que optar por una iglesia-sinagogal, una iglesia viva que acompaña, consuela y se solidariza con el pueblo que sufre; una iglesia en salida, una iglesia-espíritu que nos envía a edificar con la comunidad en circunstancias adversas.