/ lunes 19 de agosto de 2024

Poliescenarios / Leviatán y el crimen organizado

Por Julio César Macés

Para Hobbes, y sin caer en demasiados tecnicismos, el Estado, el leviatán, es esa fuerza que logra hacer un pacto de sumisión entre personas para ser gobernados por una autoridad que, en teoría, debe procurar el bien para todos. Un Estado que limite o prohíba a los individuos atentar contra la vida de otros. Es decir, que garantice la paz. Este tremendo poder garantizaría que no se maten los unos con los otros, pero qué sucede cuando la sociedad que se pretende gobernar es desconocida, cuando los actores que provocan violencia no son identificados o cuando estos actores generadores de violencia son parte del pacto de sumisión.

Hace algunos días se publicó una columna en la que un gobernador del norte de México se confesaba ante un periodista sobre la inevitable vinculación entre criminales y Estado para gobernar en relativa armonía y paz. Está relación no se explica solamente como castigador y castigado, sino como una cooperación para, como explicaría Hobbes, no matarse los unos con los otros. Puede que la conclusión sea cuestionable, pero las premisas son, teóricamente, verdaderas, aunque esto no implica que sean de conocimiento público y que funcionen o fortalezcan el argumento inicial de procurar la paz.

El caso expuesto en México no es único en el mundo, en la región o en la historia. Mucho se ha publicado sobre las negociaciones de las pandillas de El Salvador con el gobierno de Bukele para mantener los números de asesinatos bajos y la popularidad de la presidente alta. Lo mismo sucede en el caso colombiano con el presidente Petro. De esta manera se podría recorrer el ancho y largo del mundo con diversos ejemplos. La pregunta es ¿Los Estados deben pactar con actores criminales? ¿Deben hacer públicas las negociaciones? Parece que en muchos casos las respuestas se confirmaron, pero a medias. No es lo mismo negociar con la pandilla Barrio 18, con las FARC o con el Cártel de Sinaloa.

La memoria, las necesidades sociales y la fortaleza del Estado - o los intereses de los que tienen el poder legitimo- determinarán el perdón y olvido o la persecución y sentencia. Se puede absolver a grupos violentos si están dispuestos a someterse a la voluntad del Estado, estos pactos serán públicos. De igual forma se pueden acordar cuotas y territorios de poder, siempre y cuando el Estado prevalezca, esto será en privado y representa una bomba de tiempo, ya que explotará cuando los generadores de violencia sobrepasen lo acordado y el Estado sea rebasado. Incluso Haití, que se podría considerar un Estado fallido, continúa entre pactos que pretenden generar sometimiento y paz para no matarse los unos con los otros. Nuevamente, premisas que se pueden considerar verdaderas con una conclusión debatible. Parece que esta construcción de Estado es una falacia en pendiente resbaladiza, pero no lo es, simplemente se manifiesta una realidad positiva o negativa en un tiempo determinado que se ajusta a necesidades de una sociedad.

Lo cierto es que nuestros tiempos están marcados por pactos entre actores violentos y Estados. Es una relación difícil de negar y en muchas ocasiones difícil de evitar, un acuerdo tácito. Es decir, secretamente, en silencio o sin ruido. La paradoja es pensar que se vive en un Estado fuerte que pacta en las sombras.

JULIO CÉSAR MACÉS es Licenciado en Comunicación con estudios en Relaciones Internacionales por la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP). Es maestro en Gobernanza y Globalización por la Universidad Iberoamericana. Es host del podcast La Gazzetta de México. Sígalo en @JulioCesarMacs

Por Julio César Macés

Para Hobbes, y sin caer en demasiados tecnicismos, el Estado, el leviatán, es esa fuerza que logra hacer un pacto de sumisión entre personas para ser gobernados por una autoridad que, en teoría, debe procurar el bien para todos. Un Estado que limite o prohíba a los individuos atentar contra la vida de otros. Es decir, que garantice la paz. Este tremendo poder garantizaría que no se maten los unos con los otros, pero qué sucede cuando la sociedad que se pretende gobernar es desconocida, cuando los actores que provocan violencia no son identificados o cuando estos actores generadores de violencia son parte del pacto de sumisión.

Hace algunos días se publicó una columna en la que un gobernador del norte de México se confesaba ante un periodista sobre la inevitable vinculación entre criminales y Estado para gobernar en relativa armonía y paz. Está relación no se explica solamente como castigador y castigado, sino como una cooperación para, como explicaría Hobbes, no matarse los unos con los otros. Puede que la conclusión sea cuestionable, pero las premisas son, teóricamente, verdaderas, aunque esto no implica que sean de conocimiento público y que funcionen o fortalezcan el argumento inicial de procurar la paz.

El caso expuesto en México no es único en el mundo, en la región o en la historia. Mucho se ha publicado sobre las negociaciones de las pandillas de El Salvador con el gobierno de Bukele para mantener los números de asesinatos bajos y la popularidad de la presidente alta. Lo mismo sucede en el caso colombiano con el presidente Petro. De esta manera se podría recorrer el ancho y largo del mundo con diversos ejemplos. La pregunta es ¿Los Estados deben pactar con actores criminales? ¿Deben hacer públicas las negociaciones? Parece que en muchos casos las respuestas se confirmaron, pero a medias. No es lo mismo negociar con la pandilla Barrio 18, con las FARC o con el Cártel de Sinaloa.

La memoria, las necesidades sociales y la fortaleza del Estado - o los intereses de los que tienen el poder legitimo- determinarán el perdón y olvido o la persecución y sentencia. Se puede absolver a grupos violentos si están dispuestos a someterse a la voluntad del Estado, estos pactos serán públicos. De igual forma se pueden acordar cuotas y territorios de poder, siempre y cuando el Estado prevalezca, esto será en privado y representa una bomba de tiempo, ya que explotará cuando los generadores de violencia sobrepasen lo acordado y el Estado sea rebasado. Incluso Haití, que se podría considerar un Estado fallido, continúa entre pactos que pretenden generar sometimiento y paz para no matarse los unos con los otros. Nuevamente, premisas que se pueden considerar verdaderas con una conclusión debatible. Parece que esta construcción de Estado es una falacia en pendiente resbaladiza, pero no lo es, simplemente se manifiesta una realidad positiva o negativa en un tiempo determinado que se ajusta a necesidades de una sociedad.

Lo cierto es que nuestros tiempos están marcados por pactos entre actores violentos y Estados. Es una relación difícil de negar y en muchas ocasiones difícil de evitar, un acuerdo tácito. Es decir, secretamente, en silencio o sin ruido. La paradoja es pensar que se vive en un Estado fuerte que pacta en las sombras.

JULIO CÉSAR MACÉS es Licenciado en Comunicación con estudios en Relaciones Internacionales por la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP). Es maestro en Gobernanza y Globalización por la Universidad Iberoamericana. Es host del podcast La Gazzetta de México. Sígalo en @JulioCesarMacs