Por Alva Cecilia Montelongo Puente
Los conflictos actuales pueden entenderse a través de la complejidad del sentido de pertenencia y la identidad, temas que están profundamente interrelacionados con las dinámicas sociales, políticas y culturales. La noción de identidad, en un mundo globalizado y diverso, está más fragmentada, fluida y negociada que nunca. No obstante, mientras más nos igualamos en el ámbito consumista reproduciendo los mismos patrones de vestimenta, actuar y hablar, teniendo tanta similitud hasta el punto de parecer copias; no es así en los demás ámbitos, como el político, donde persisten o incluso se amplían las divisiones. Esto refleja una paradoja interesante en la sociedad contemporánea que se puede entender desde varias perspectivas que abordan cómo la identidad y la pertenencia operan en diferentes áreas de la vida, pero que muy pocas veces se reflexiona y, por ende, existe la idea individual de ser entes especiales, con una identidad única capaz de generar sentido de pertenencia.
En esta tesitura, la identidad es un factor clave en los conflictos globales actuales porque define cómo los individuos y los grupos perciben su lugar en el mundo, su relación con otros y cómo se definen frente a las tensiones sociales, políticas, económicas y culturales. Las identidades no son estáticas; son dinámicas, construidas socialmente y profundamente conectadas con las estructuras de poder, las creencias, las emociones y las experiencias compartidas de los grupos. La forma en que se construyen, se defienden o se desafían las identidades individuales y colectivas puede ser un motor poderoso de conflicto.
Bourdieu sostiene que las identidades no se forman simplemente a través de una elección individual consciente, sino que están profundamente moldeadas por las estructuras sociales. Para él, las identidades están relacionadas con lo que él llama el "capital" —el capital social, cultural, económico y simbólico— que los individuos y los grupos tienen a su disposición. Los conflictos en torno a las migraciones o las minorías étnicas y religiosas pueden ser entendidos a través de la teoría de Bourdieu. Los grupos dominantes tienden a imponer sus propias formas de vida, normas y valores como universales, mientras que aquellos que no se ajustan a estas normas (por ejemplo, inmigrantes, pueblos indígenas o minorías) pueden ser percibidos como "otros" o como una amenaza a la estabilidad y la cohesión social. Este tipo de exclusión, fundamentada en la construcción social de la identidad nacional o cultural, puede generar conflictos violentos o tensiones sociales. El rechazo a la diversidad cultural o la imposición de una identidad homogénea está en el centro de muchos conflictos globales, como el nacionalismo extremo o el populismo.
Tener una identidad en los conflictos actuales puede presentar varios problemas significativos como la polarización por la intensa identificación con un grupo (étnico, religioso, político, etc.) que dificulta el diálogo y la resolución pacífica de disputas. La estigmatización y discriminación intensifica tensiones y perpetúa ciclos de conflicto. Los conflictos de identidad donde grupos compiten por reconocimiento, derechos y recursos, lo cual puede dar lugar a reivindicaciones excluyentes que ignoran las necesidades de otros. La manipulación política en la cual los líderes políticos pueden explotar las identidades para movilizar a las masas y justificar acciones violentas. Esto puede desviar la atención de problemas estructurales y profundizar la animosidad entre grupos. El desplazamiento y crisis humanitaria que en contextos de guerra y violencia, las identidades pueden influir en los patrones de desplazamiento forzado. Las personas pueden verse obligadas a huir debido a su identidad, lo que genera crisis humanitarias. Dificultades en la construcción de la paz en la que la reconciliación y la construcción de la paz se complican cuando las identidades son vistas como irreconciliables. La falta de reconocimiento y respeto hacia las diversas identidades puede obstaculizar esfuerzos de mediación y diálogo. Todo esto tiene como resultado la fragmentación social donde las conexiones interpersonales se debilitan y se dificulta la construcción de comunidades inclusivas y cohesionadas.
Si transpolamos estas perspectivas a los actuales conflictos estaríamos hablando entonces de que la creciente división política en países como Nueva Zelanda, Brasil y varias naciones europeas, reflejan una identidad política más rígida. El nacionalismo creciente en países como Francia, Alemania, Italia, entre otras zonas de Europa occidental y América del Norte, está intensificando las políticas restrictivas contra los migrantes. En el Mediterráneo, la crisis de refugiados provenientes de África y el Medio Oriente se ve agravada por el rechazo hacia los migrantes, mientras que en América Latina, las políticas antimigrantes en Estados Unidos y México afectan a millones de personas. Las identidades religiosas intensas están alimentando tensiones y violencia, como el conflicto entre musulmanes y cristianos en Oriente Medio o el genocidio de los rohingyas en Myanmar, donde la identidad budista extremista ha llevado a la persecución de una minoría musulmana. La falta de cooperación efectiva entre países con identidades nacionales rígidas, como Estados Unidos y China, está dificultando acuerdos para frenar el cambio climático, lo que se ve reflejado en la falta de compromisos firmes en cumbres como la COP. La desigualdad social como la creciente disparidad económica y racial en países como Sudáfrica, que refleja tensiones por identidades raciales y económicas que perpetúan la desigualdad y los conflictos sociales. Así como la manipulación de identidades políticas y sociales en plataformas como Facebook o Twitter está alimentando el extremismo.
Es posible que para 2025 veamos un mundo más fragmentado, conflictivo y emocionalmente vulnerable, lo que puede hacer más difícil encontrar soluciones comunes a los grandes problemas globales; por tanto, es fundamental fomentar una reflexión crítica sobre la identidad, promover la flexibilidad en las creencias y valores, y enfatizar la empatía y la escucha activa. A nivel social, es importante promover el diálogo intercultural y político, así como asegurar que las plataformas digitales favorezcan la diversidad de voces y la reflexión constructiva, en lugar de la polarización.
ALVA CECILIA MONTELONGO PUENTE es Licenciada en Relaciones Internacionales por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPYS-UNAM). Auditora en Comercio Exterior en el Servicio de Administración Tributaria (SHCP-SAT). Investigadora Asociada en el proyecto de investigación de Ciencia de Frontera (CONACYT): Pandemia, Capitalismo Digital y Nuevas Desigualdades. Designada para el programa Weltwärtz para el sur global de la Deutsches Rotes Kreuz (DKR) en Alemania. Pueden seguirla en X como @cecitamonty