Natalicio de Emiliano Zapata

Vamos Adelante

Tania Valentina / Diputada de Morelos, Comisionada Nacional del Partido del Trabajo

  · jueves 8 de agosto de 2019

Emiliano Zapata fue el dirigente campesino más íntegro y radical de la Revolución Mexicana de 1910. Nació en el seno de una familia humilde, pero distinguida en su comunidad, Anenecuilco, Morelos, y fue electo calpuleque –una especie de comisariado ejidal-- de su pueblo por voto universal y directo, en una asamblea clandestina que lo comprometió de por vida a entregar su mejor esfuerzo para defender la herencia histórica de su comunidad.

Nacido el 8 de agosto de 1879 en la mencionada comunidad campesina, dentro del municipio de Ayala, y con oficio de domador y tratante de caballos, más tarde se incorporó a las filas de la naciente revolución campesina que sacudió los cimientos del antigua régimen porfiriano.

El conflicto central de los campesinos de Morelos estaba planteado entre las comunidades agrarias y las haciendas azucareras. La política rapaz de estas había traído la ruina y la desgracia de todo el mundo campesino. Las haciendas se habían apoderado de las tierras comunitarias con el doble propósito de dedicarlas al cultivo de la caña de azúcar, para abastecer sus ingenios, y de privar a los campesinos de su parcela donde podrían sembrar sus propios alimentos (hortalizas, maíz, frijol, etc). Era tal la voracidad de las haciendas que habían dejado, por ejemplo, a la ciudad de Cuautla, sin espacio para enterrar a sus muertos.

Afiliado al Partido Maderista, Zapata se puso en marcha, rompió las alambradas de la Hacienda de El Hospital y recuperó las tierras para su comunidad. El ejemplo cundió como incendio y pronto las comunidades de Villa de Ayala y Moyotepec lo eligieron como dirigente político.

El ejemplo de la insurgencia cundió por todo el Estado. Lorenzo Vázquez en la región de Tlaquiltenango; Genovevo de la O en Cuernavaca y Tres Marías y decenas de líderes campesinos de la insurrección inminente ya se encontraban al frente de sus comunidades, cuando Madero lanzó la consigna de insurrección para todo el país.

El representante de Madero en Morelos para efectos de la insurrección era Pablo Torres Burgos, quien se puso al frente de las tropas revolucionarias en las acciones que se emprendieron contra el viejo ejército porfirista. En la batalla de Jojutla, Zapata demostró su valor y aplomo, pues consiguió frenar los saqueos que había iniciado un grupo de insurrectos.

A partir de ese momento, Zapata fue reconocido plenamente como jefe de la insurgencia campesina, y aunque su poder era inmenso, siempre se sujetó al consejo de sus camaradas dirigentes de los pueblos, y sobre todo de los ancianos de las regiones que su ejército iba ocupando. Zapata fue siempre el primero entre iguales entre los comandantes de las comunidades insurrectas.

En los hechos, el Ejército Libertador del Sur operaba como una especie de liga armada de los pueblos de Morelos, primero, y de toda la región, después, incluyendo los estados de Guerrero, Puebla, Oaxaca, Tlaxcala, Hidalgo, estado de México y lo que entonces era el Distrito Federal (Milpa Alta, Xochimilco).

Con una estructura así, el ELS era invencible contra todos los enemigos, tratárase de los soldados porfiristas, más tarde los huertistas y finalmente los constitucionalistas (a quienes los campesinos llamaban “consusuñaslistas”). En esta guerra, el ejército federal llevó a cabo una política de tierra arrasada.

El régimen zapatista en los pueblos, durante la época de dominio de los insurgentes, se basaba en el respeto absoluto a las costumbres de los pueblos. Los ancianos de cada lugar tenían preeminencia, básicamente por su aporte de sabiduría y por el conocimiento que tenían de los límites territoriales entre los pueblos y las haciendas, así como entre un pueblo y otro. El consejo de ellos limitó mucho el estallido de conflictos al interior del movimiento campesino.

Pero también el ELS tenía grandes carencias. No tenía armamento pesado y fabricaba sus propias armas, con todos los defectos que puede tener el armamento artesanal. Granadas hechas con latas de chiles y pólvora con clavos; balas fabricadas a partir de cables de luz arrancados de sus postes; pero sobre todo la acuciante carencia de ametralladoras pesadas, tan comunes para el ejército villista porque este las podía comprar de contrabando en la frontera norte.

En estas condiciones, el ejército zapatista no era muy fuerte a la ofensiva, pero era invencible cuando defendía sus propios territorios. La lealtad de la población a los ideales libertarios era absoluta. Para ellos, la figura de Zapata representaba la posibilidad de una vida mejor, sin las ataduras de la esclavitud a que los tenían sometidos las haciendas.

Cuando la Revolución se dividió, Zapata apoyó a Francisco Villa, en 1914, al frente de las tropas de la Convención. Juntos ambos dirigentes campesinos ocuparon la capital del país y desplegaron su dominio en los amplios territorios bajo su control.

Después de las batallas del Bajío en 1915 (Celaya, Trinidad, León y Aguascalientes) en las que las tropas de Obregón aplastaron al villismo, el ala radical y campesina de la Revolución perdió fuerza, quedando el ejército zapatista solo y aislado, sin más posibilidad de triunfo que seguir resistiendo hasta que se cumplieran los objetivos campesinos trazados en el Plan de Ayala.

Zapata resistió hasta el final. Hubo muchos insurgentes que depusieron las armas, o se incorporaron de plano al nuevo ejército comandado por Carranza. Con la Ley agraria del 6 de enero de 1915 publicada por Carranza en Veracruz, el ala derecha del movimiento revolucionario se apoderó del proyecto agrario del zapatismo, con muchas limitaciones, pero en las nuevas condiciones al menos aseguraban al reparto agrario y el fin de las haciendas azucareras como modelo de producción agroindustrial en Morelos.

Zapata brillará siempre en la historia nacional por ser un dirigente que siempre se sujetó a las reglas de la democracia. Nunca impuso su influencia, y fue electo por voto popular para ocupar los cargos de dirección que le fueron otorgados, y que desempeñó con valentía y lealtad incomparable.

Emiliano Zapata nunca faltó a la obligación moral que significó para él la defensa de los derechos de su pueblo. Nunca aceptó prebendas ni honores. Nadie jamás pudo sobornarlo, y figuró al frente de sus huestes como dirigente absolutamente leal, cumpliendo cabalmente el mandato que le fuera conferido por la asamblea popular de Anenecuilco en una reunión clandestina de 1910: cuidar los “papeles” virreinales que certificaban las antiguas tierras del poblado, y por lo tanto la herencia agraria de la comunidad.

Y cumplió con la encomienda a costa de su propia vida. Nunca se había visto en México ejemplo igual: un caudillo y su base social unidos por la lealtad absoluta a la causa libertaria. Nunca jamás una comunidad eligió a su dirigente con tanto acierto.

TEMAS