Mi abuela quiere salir al mercado. Le digo que no. Allá fuera hay un feo bicho que puede enfermarnos –alego-. Han dicho que es todo un peligro, que lo es aún más para ti.
Pero ella es bastante obstinada. Mis palabras no son suficientes.
Desde hace ocho días que no hemos salido. Ha sido toda una lucha hacerla quedarnos en casa. Apelo al recuerdo de la tarde anterior para poder convencerla. Juntas vimos el informe vespertino que pasan todos los días. 1’ 094 casos confirmados, 28 muertes y 2’752 sospechosos. Si salimos podemos ser unas más de esas cifras –contesto. En realidad no le temo a mi contagio, y si lo hago es de manera indirecta. En realidad le temo más al contagio de ella, o al mío que termine por infectarla también. Le temo además a que hayamos tantas personas enfermas que no todas puedan ser atendidas, a que vidas mayores no aguanten estar encamadas, a que enfermos y enfermas no encuentren auxilio porque todos los espacios ya estén ocupados. Lo pienso callada. Le temo –le digo a mi abuela. Me vuelvo a ofrecer a ir yo solamente.
Pero ella se niega; dice que estar en casa por tantos días le va a hacer enfermarse. Que también escuchó que faltan todavía muchos días y no puede soportar el encierro. Dice que a ella le gusta ir al mercado. –Quiero saber qué es lo que venden, elegir mis verduras, ver los colores, tomar lo más fresco… -Se ríe y termina diciendo: -además de que no es porque dude de ti y de tu inteligencia, pero yo sé más de los precios –demanda su mayor experiencia. Termino por sucumbir. Quizá por su voz de autoridad siempre imponente, quizá más porque entiendo cómo es que se siente.
Al salir de la casa comienza otro mundo. Camino al mercado encontramos aún mucha gente. Las niñas y niños que por los semáforos venden sus dulces no han dejado de hacerlo; los boleros todavía siguen extendiéndose por el pasillo llegando al mercado, no se han marchado; los indigentes siguen sin haber encontrado un hogar, recorren las calles, y en el mercado, los comerciantes aún no han cerrado, resisten, siguen luchando y ganando la vida. ¡Pero que imprudencia, -he escuchado decir a algunas personas- pero que necedad!... ¿Es que no pueden dejar de salir?
Es claro. Allá fuera hay demasiadas personas que no tienen la opción de cobijarse en sus casas, otras tantas que no tienen casa. Personas que no pueden parar y dejar sus trabajos. Su salud y trabajo son la misma apuesta de vida. Veo sus rostros. Lucen más preocupadas que yo antes de salir de la casa. No hay mucha gente comprando. Hay chicos, medianos y grandes, personas de todas edades. Como aquella señora a la que compramos algunos tamales y parece ser de la misma edad de mi abuela. No hay mejores tamales de elote que los del mercado –dice mi abuela –aquí los preparan con tequesquite.
Volvemos a casa. Hemos comprado todo lo necesario para ya no salir durante la contingencia. Las cifras aumentan en mi cabeza. Cientos de personas comercian en el mercado. El 56.7% de trabajadores en México son de empleos informales. En el sector informal, el comercio es la actividad con mayor contribución económica en el país con el 38.4%, de acuerdo al Inegi. Aproximadamente 14 millones 859 mil 075 personas pertenecen al sector informal en México. Eso hace temblar a las cifras que me han alarmado por la pandemia. También temo por todas esas personas que no pueden quedarse en sus casas.
Me alegra haber ido al mercado y también cuidar de mi abuela.