Los Juegos Olímpicos, iniciados en la antigua Grecia en 776 a.C., han evolucionado desde sus humildes inicios en honor a Zeus hasta convertirse en el principal evento deportivo global. Tras ser prohibidos en el 393 d.C. por el emperador romano Teodosio I, fueron revividos en la era moderna en Atenas, 1896, por el francés Pierre de Coubertin, transformándose en un símbolo de paz y entendimiento internacional.
En toda su historia, han sido un espectáculo de proezas físicas y hazañas deportivas; y también un espejo que refleja las tensiones y fracturas de la geopolítica mundial. Desde su resurgimiento, la exclusión de Naciones en la participación de los Juegos Olímpicos, aunque motivada oficialmente por infracciones a las reglas y estándares del Comité Olímpico Internacional (COI), es frecuentemente una manifestación de las realidades políticas más amplias que sacuden al mundo.
Desde los albores del siglo XX, países han sido marginados de la competencia, no sólo por sus fallos dentro del deporte, sino por sus actos en el escenario mundial. El ejemplo más temprano de esto se observó en los Juegos de Amberes, Bélgica, 1920, cuando las Potencias Centrales de la Primera Guerra Mundial, Hungría, Austria, Bulgaria, Turquía y Alemania, fueron excluidas debido a su papel en el conflicto bélico. La marca de la guerra también llevó a la suspensión de Alemania en varias ediciones posteriores (1924 y 1948); y a la de Japón en 1948, en el tenso ambiente de la posguerra.
En décadas siguientes, la exclusión también sirvió como una herramienta de censura política. Zimbabue fue rechazado en 1972 debido a sus políticas de segregación racial, mientras que Sudáfrica sufrió una exclusión prolongada desde 1964 hasta 1992, castigada por su régimen de Apartheid que colocaba a la comunidad internacional en un estado de consternación moral.
El caso de Afganistán en el año 2000 reveló otra faceta de la exclusión: la política de género. El país fue prohibido de los Juegos de Sídney debido a las draconianas políticas del régimen talibán hacia las mujeres, subrayando el compromiso del COI con los derechos humanos.
El siglo XXI no ha sido inmune a estas controversias. Rusia, en particular, ha sido objeto de múltiples sanciones (2016, 2018, 2020 y 2024) debido a una combinación de agresiones geopolíticas y un escándalo de dopaje de gran magnitud que sacudió los cimientos del deporte mundial. Similarmente, Kuwait fue excluido en 2016 por violaciones de la autonomía deportiva nacional, y Corea del Norte fue marginada en 1968 por violar las reglas del COI.
En la actualidad, la guerra en Ucrania ha llevado a la exclusión de Bielorrusia y Rusia en los Juegos de París 2024, marcando otro capítulo en la relación, a menudo tensa, entre política global y deporte olímpico. Sin embargo, y a pesar de las acusaciones internacionales contra Israel por violaciones del derecho internacional y su implicación en conflictos prolongados, el Comité Olímpico Internacional ha mantenido la invitación para participar.
Estas exclusiones, más que notas al pie en la historia del deporte, son reflejos de un mundo en el que el deporte y la política internacional están ligados, demostrando que los ideales olímpicos de paz y cooperación enfrentan pruebas severas en la arena global. En un mundo ideal, los Juegos Olímpicos serían una celebración pura del talento y el esfuerzo humano; pero en realidad, están unidos a la política mundial y las normas sociales.
En su esencia, buscan promover la excelencia, el respeto y la amistad; también se convierten en un escenario donde se juegan, en paralelo a las competencias, las narrativas de poder, resistencia y cambio. Así, mientras los atletas compiten por medallas, los países continúan luchando por la dignidad, la justicia y la paz. En este escenario, la historia de los Juegos Olímpicos es tanto sobre los que están presentes, como sobre los que están notablemente ausentes.
Profesor de Derecho Civil y Derecho Familiar de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México