/ viernes 26 de julio de 2024

El mundo en un 'click'

Isaac Asimov –prolífico escritor de ciencia ficción– prescribió en las tres leyes fundamentales de la robótica, que toda tecnología diseñada para servir a la humanidad debe, ante todo, garantizar la seguridad y el bienestar de sus usuarios. En su visión, planteó primero que un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño. Segundo, un robot debe obedecer las órdenes que le sean dadas por los seres humanos, excepto cuando estas órdenes entren en conflicto con la primera ley. Y tercero, un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o segunda ley.

El pasado 19 de julio quedará marcado como el día en que un fallo de software puso en jaque la estabilidad de la infraestructura global. El incidente, ocasionado por una irregularidad en el software de prueba Falcon de CrowdStrike —destinado a proteger el sistema contra virus y ciberataques de Microsoft—, provocó la paralización de aproximadamente 8.5 millones de dispositivos operativos Windows en todo el mundo.

La caída afectó no sólo a individuos, sino también a sectores críticos: bancos, hospitales, medios de comunicación y aeropuertos sufrieron interrupciones que variaron desde retrasos operativos hasta la completa inactividad de servicios. Instituciones financieras y hospitales en Europa y servicios médicos como el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido experimentaron dilataciones considerables. En el ámbito del transporte, cerca del 70% de los vuelos a nivel global enfrentaron retrasos o cancelaciones, creando un caos en los principales aeropuertos y afectando a cientos de miles de viajeros.

Este suceso ha dejado en evidencia la vulnerabilidad de nuestras sociedades altamente digitalizadas y ha puesto de relieve la necesidad de gestionar y mitigar sus repercusiones. De modo que surge una verdad inquietante: la sociedad moderna, en su extensa dependencia de la tecnología digital, enfrenta riesgos que pueden comprometer la eficiencia operativa y los derechos humanos básicos.

Para reflexionar sobre la naturaleza y la capacidad de nuestras estrategias de seguridad cibernética, ¿será suficiente con responder a incidentes; o es imperativo ser proactivos, anticipando y neutralizando amenazas antes de que puedan manifestarse? Además, los derechos digitales—privacidad, integridad de los datos, y el acceso libre y seguro a servicios digitales—deben ser defendidos con un vigor renovado y con políticas que garanticen su efectiva protección. La ciberseguridad no puede limitarse a ser una respuesta técnica; debe ser una prerrogativa, asegurando que la tecnología sirva, como consideraba Asimov, genuinamente a la humanidad y refuerce sus derechos fundamentales.

Con esto, se expuso la fragilidad humana ante el mundo digital. Nuestra dependencia en la tecnología es una espada de doble filo. Por un lado, proporciona facilidades y eficiencias en la gestión de operaciones cotidianas y en la respuesta a emergencias. Por otro, como pudo demostrarse, una falla en un punto crítico puede llevar a un efecto dominó que paralice infraestructuras esenciales.

Nos encontramos en una encrucijada donde debe balancear la innovación tecnológica con la seguridad; pero lo que es una realidad tangible, es que se ha apostado en un orbe cada vez más al alcance de un ‘click’. Si no lo meditamos con conciencia, que el futuro lejano no haga profético los textos de Asimov, donde el robot, dotado por los humanos de autonomía, inteligencia y autogestión, nos posicione un escenario donde, en palabras de Astrid Ramírez, “las máquinas nos traicionen”.

Profesor de Derecho Civil y Derecho Familiar de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Isaac Asimov –prolífico escritor de ciencia ficción– prescribió en las tres leyes fundamentales de la robótica, que toda tecnología diseñada para servir a la humanidad debe, ante todo, garantizar la seguridad y el bienestar de sus usuarios. En su visión, planteó primero que un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño. Segundo, un robot debe obedecer las órdenes que le sean dadas por los seres humanos, excepto cuando estas órdenes entren en conflicto con la primera ley. Y tercero, un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o segunda ley.

El pasado 19 de julio quedará marcado como el día en que un fallo de software puso en jaque la estabilidad de la infraestructura global. El incidente, ocasionado por una irregularidad en el software de prueba Falcon de CrowdStrike —destinado a proteger el sistema contra virus y ciberataques de Microsoft—, provocó la paralización de aproximadamente 8.5 millones de dispositivos operativos Windows en todo el mundo.

La caída afectó no sólo a individuos, sino también a sectores críticos: bancos, hospitales, medios de comunicación y aeropuertos sufrieron interrupciones que variaron desde retrasos operativos hasta la completa inactividad de servicios. Instituciones financieras y hospitales en Europa y servicios médicos como el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido experimentaron dilataciones considerables. En el ámbito del transporte, cerca del 70% de los vuelos a nivel global enfrentaron retrasos o cancelaciones, creando un caos en los principales aeropuertos y afectando a cientos de miles de viajeros.

Este suceso ha dejado en evidencia la vulnerabilidad de nuestras sociedades altamente digitalizadas y ha puesto de relieve la necesidad de gestionar y mitigar sus repercusiones. De modo que surge una verdad inquietante: la sociedad moderna, en su extensa dependencia de la tecnología digital, enfrenta riesgos que pueden comprometer la eficiencia operativa y los derechos humanos básicos.

Para reflexionar sobre la naturaleza y la capacidad de nuestras estrategias de seguridad cibernética, ¿será suficiente con responder a incidentes; o es imperativo ser proactivos, anticipando y neutralizando amenazas antes de que puedan manifestarse? Además, los derechos digitales—privacidad, integridad de los datos, y el acceso libre y seguro a servicios digitales—deben ser defendidos con un vigor renovado y con políticas que garanticen su efectiva protección. La ciberseguridad no puede limitarse a ser una respuesta técnica; debe ser una prerrogativa, asegurando que la tecnología sirva, como consideraba Asimov, genuinamente a la humanidad y refuerce sus derechos fundamentales.

Con esto, se expuso la fragilidad humana ante el mundo digital. Nuestra dependencia en la tecnología es una espada de doble filo. Por un lado, proporciona facilidades y eficiencias en la gestión de operaciones cotidianas y en la respuesta a emergencias. Por otro, como pudo demostrarse, una falla en un punto crítico puede llevar a un efecto dominó que paralice infraestructuras esenciales.

Nos encontramos en una encrucijada donde debe balancear la innovación tecnológica con la seguridad; pero lo que es una realidad tangible, es que se ha apostado en un orbe cada vez más al alcance de un ‘click’. Si no lo meditamos con conciencia, que el futuro lejano no haga profético los textos de Asimov, donde el robot, dotado por los humanos de autonomía, inteligencia y autogestión, nos posicione un escenario donde, en palabras de Astrid Ramírez, “las máquinas nos traicionen”.

Profesor de Derecho Civil y Derecho Familiar de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México.