"En América todos tenemos algo de sangre originaria. Algunos en las venas y otros en las manos".
-Eduardo Galeano
El concepto de la tercera raíz se refiere a la presencia africana en México, complementando las otras dos raíces principales que históricamente han definido la identidad cultural y social de nuestro país: la indígena y la europea. Para comprender por qué se le otorga esta denominación, es necesario analizar tanto su participación histórica en la conformación de la sociedad mexicana cuanto las razones de su invisibilidad en los relatos oficiales.
Desde la llegada de los españoles en el siglo XVI, los africanos fueron traídos a América en calidad de esclavos, como parte del proceso de colonización. En el caso de México, el tráfico de personas esclavizadas comenzó rápidamente tras la conquista de Tenochtitlán. Durante los siglos XVI y XVII, la Nueva España fue uno de los mayores receptores de personas africanas en el continente, con un número que algunos estiman en más de 200,000 individuos traídos principalmente desde el oeste de África.
Trabajaban en las minas, las plantaciones de azúcar y como trabajadores domésticos. A pesar de que sus aportaciones fueron fundamentales en la construcción de la economía colonial, su papel fue sistemáticamente ocultado. A nivel cultural, su influencia es notable en diversos aspectos de nuestra vida cotidiana. La música, la danza, la gastronomía y las festividades muestran rastros indudables de este legado.
Aun con su innegable presencia, los afrodescendientes han sido históricamente invisibilizados. Una de las razones es que, tras la abolición de la esclavitud, muchos afrodescendientes se mezclaron con la población indígena y mestiza, lo que dificultó su identificación como un grupo étnico separado. Este proceso de mestizaje, aunque enriquecedor en términos culturales, llevó a que se diluyera su reconocimiento como una parte fundamental del tejido social mexicano.
De acuerdo con datos del INEGI, más de 2.5 millones de personas en México son afromexicanas, cerca del 2% de la población total, principalmente ubicados en Guerrero, Oaxaca y Veracruz. Sin embargo, el reconocimiento oficial de los afromexicanos como parte integral de la población de México es un fenómeno reciente. No fue hasta 2019 que la Constitución mexicana incluyó a las comunidades afromexicanas, reconociéndolas como parte del legado multicultural del país.
En estos tiempos de reformas constitucionales, el 19 de septiembre por la Cámara de Diputados y el 24 del mismo mes por el Senado de la República, se aprobó la incorporación al artículo 2º Constitucional, el reconocimiento de los pueblos afromexicanos como sujetos de derecho público, con personalidad jurídica y patrimonio propio, otorgándoles autonomía para decidir sobre su futuro. Se dispuso que gocen de una vida digna, libre de racismo y discriminación estructural; además, de la implementación políticas públicas que promuevan el acceso a la educación, la salud y el empleo en estas comunidades, así como la protección del medio ambiente y los recursos naturales en sus territorios.
Por siglos, la narrativa de las razas que exaltaba la fusión de lo indígena con lo español omitió deliberadamente la aportación africana. En consecuencia, durante muchos años, los afromexicanos fueron marginados y excluidos del discurso oficial, tanto en la historia cuanto en las políticas públicas.
Este avance legislativo viene acompañado del reconocimiento de los derechos colectivos de estas comunidades. Es un acto de justicia histórica para un grupo que ha sido relegado. Este término destaca que la identidad mexicana no se puede entender plenamente sin incluir el legado africano, un legado que no sólo está presente en las tradiciones culturales; sino también en la resistencia frente a la opresión y la lucha por la igualdad.
Marco Antonio Ramírez González: Profesor de Derecho Civil y Derecho Familiar de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México