Contemplando las distintas marchas en ocasión del Día Internacional de la Mujer, hace unos días, me hice varias preguntas. Entre ellas: ¿A dónde se va todo ese esfuerzo que obviamente con todo derecho y justificación realizaron miles de mujeres en varias ciudades del país? ¿Qué pasa con el dolor e indignación que sienten? ¿Hay alguien en las instituciones públicas que las escuche, las entienda y trabaje en sus peticiones? ¿Porqué la percepción de muchos de los o las que no participan, solo criminalizan las actitudes que adoptan en las marchas como pintas por donde van pasando? Pero también me pregunto ¿quién escucha o se acuerda de los gritos de mujeres privadas de su libertad, muchas de ellas por defenderse de violentas agresiones machistas, amén de un sinfín de razones que las llevaron a delinquir?
El pasado ocho de marzo, mujeres solteras y casadas, madres, familiares y amistades de víctimas de desaparición y feminicidio en las que no solo amas de casa sino, colectivos y redes feministas tomaron las calles de gran parte del país para exigir varias cosas, entre ellas: JUSTICIA y un alto al feminicidio, a la violencia machista, a violaciones de niñas y adultas. Exigieron también la legalización del aborto y el íntegro respeto a sus derechos humanos. Qué importa que haya cada vez más mujeres en cargos públicos, si hay jueces que liberan a violadores de infantes.
Lo terrible es que año tras año son en su mayoría las mismas demandas por las que luchan y protestan, y lo grave es que por lo que demandan que desaparezca, no solo no disminuye sino van en aumento y aún no logran que sus reclamos tengan prioridad en los tres niveles de gobierno. Qué triste imagen dio un Palacio Nacional totalmente bllindado y vacío de quienes detentan el poder para no escuchar los gritos y reclamos y sin el lábaro patrio en el asta bandera como si éste fuera propiedad del gobierno en turno y no de todo México.
En lugar de blindar sus muros. ¿Por qué, no se hace un verdadero y auténtico ejercicio en el que participen todo tipo de profesionales en el ramo y representantes de organizaciones civiles, entre otros muchos sectores? Se debieran poner a trabajar, a escuchar y comprender esos reclamos para que realmente se estudie la mejor manera de un cambio de mentalidad nacional que evite que esos delitos se repitan día a día y aumenten cada vez más? ¿Qué no les basta la presencia de mucho más de 180 mil mujeres en gran parte del país que marcharon?
Obviamente no me preocupé en buscar respuestas oficiales ni en obsoletas oficinas de Derechos Humanos, ni en grandes secretarías de estado. Pero a la par pensaba yo en todas esas víctimas que no pudieron acudir a las protestas porque permanecen encerradas por tomar la jusitcia por sus propias manos de agresiones machistas.
Platiqué con el psicoterapeuta humanista Gerardo Aridjis Perea que trabaja con ellas en un Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso), dándoles herramientas para resignificar sus vidas de una manera que les reporte dignidad. A él le pregunté ¿si las voces que se escucharon por las calles son más importantes que las de mujeres que están privadas de su libertad sin que jamás sean escuchadas? Y me respondió: “Por lo general casi todas esas mujeres que purgan condenas guardan dentro de sí, el inmenso dolor de vidas llenas de abusos, violaciones, agresiones, golpes, maltratos, vejaciones, violencia física y psicológica y un largo etcétera. Al trabajar con ellas percibes que más que culpables al recibir sentencia, son víctimas de las circunstancias que la misma sociedad, muchas veces, les infringe. O como se dice coloquialmente, no les queda de otra más que responder a la violencia de la manera que pueden.
“La cuestión es –continua Aridjis--: ¿Seremos capaces como sociedad de corresponsabilizarnos con ese dolor que manifiestan dentro y fuera de las prisiones a gritos en sus marchas, sin criminalizar o moralizar sus actitudes en ocasiones violentas? ¿Podremos mirar y leer en esas pintas y palabras que dejan en paredes y muros por donde pasan, no los rayones sino las causas que las hacen manifestar su dolor para ser escuchadas? ¿Habrá alguien detrás de esos muros ya sean de iglesias, oficinas, escuelas, comercios, etc., qué no miren las agresiones a sus paredes sino el dolor que las mueve a expresarlo de esa manera? ¿Cuándo abandonarán las instituciones esa actitud de sordera a través de la cual se niegan a escuchar cada uno de esos reclamos?, ojalá por el bien de todos, se llegue al punto de que promuevan la equidad en general y con ello se alcance la disminución de las violencias”, concluye Gerardo Aridjis Perea. Terminan las marchas y al paso de unos pocos días dejan de ser noticias en medios impresos y electrónicos y… ya. Ojalá en estos tiempos electorales no se olvidan sus reclamos y se trabaje en resolverlos, sin promesas que luego no se cumplen.
Y hasta la próxima.