Si, como reconocen sus operadores políticos, el rechazo a Cuauhtémoc Blanco Bravo en Cuernavaca alcanza casi el 70 por ciento de los electores, la preocupación en su casa de campaña es bastante justificada y probablemente eso explique (más que la falta de candidato de su coalición en Cuernavaca), que el Cuauh concentre sus esfuerzos de campaña en otras zonas del estado. Habrá quienes digan que los esfuerzos de campaña se ubican en zonas del estado donde el candidato de la coalición Juntos Haremos Historia, no es conocido; pero siendo el aspirante con mayor nivel de conocimiento entre los morelenses, alrededor del 90 por ciento según múltiples encuestas, resulta que los recorridos en las zonas sur y oriente del estado parecen más para las selfies del respetable público que una estrategia real de promoción del candidato.
De hecho, Blanco Bravo parece haber cedido la ciudad a Javier Bolaños del PAN-MC y a Julio Yáñez, del PRD-PSD, quienes desde el terreno de la política tradicional hacen lo que pueden por el voto de los capitalinos para conquistar, frente a ellos, José Luis Urióstegui Salgado, trata de demostrar que las candidaturas independientes pueden lograr suficiente respaldo. El vacío que ha hecho Cuauhtémoc Blanco en Cuernavaca, entre su administración y sus determinaciones en torno a la candidatura a la alcaldía, está sirviendo por lo menos a tres.
Javier Bolaños hace una campaña tradicional de pie a tierra, busca los respaldos de liderazgos políticos significativos en Cuernavaca y los obtiene parte por su poder de convencimiento y parte por la ausencia de liderazgos de izquierda en una ciudad cuyo mustio conservadurismo los ha expulsado. Así, el panista crece en preferencias electorales de la manera tradicional, la misma que le funcionó a los alcaldes panistas desde Sergio Estrada Cajigal.
Frente a él, Julio Yáñez del PRD-PSD, se atreve a hacer cosas que, si bien para muchos rayan en el cinismo de la política asistencialista (el proyecto colmena que ofrece empleos en un eventual ayuntamiento que presida Yáñez y el sistema de transporte gratuito son dos polémicos ejemplos); también es cierto que ofrecen a mucha gente de Cuernavaca una ayuda directa e inmediata al grado que hacen parecer sumamente mezquinas las críticas de quienes sólo dicen que esas cosas no se pueden. Probablemente un estudio serio sobre ambos proyectos vendría bien, pero difícilmente se haría hoy pues se trata de tiempos electorales en que cualquier verdad se contamina por la comentaritis. Lo que debe reconocerse es que la estrategia de comunicación de Julio Yáñez es agresiva y empieza a pintar a su favor en sectores de la ciudad que atesoran los pequeños beneficios.
Y en el otro extremo, con la bendición del conservadurismo de una sociedad agraviada por las últimas administraciones municipales, José Luis Urióstegui Salgado, ataviado con lo más tradicional de una ciudad que adora a sus clásicos y trata de personificar en ellos sus valores más sentidos. El candidato independiente se hace acompañar de sus aspirantes a regidores que son esos titanes de la conservación de Cuernavaca que vieron en Urióstegui una oportunidad de salir de malas administraciones.
Si todo sigue como hasta ahora, la contienda podría cerrarse en esos tres candidatos y tal vez la identificación de los electores que sugerimos explicará por fin el carácter dominante de Cuernavaca, una ciudad tan multifacética que aparenta algún grado de esquizofrenia.
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