Hará unos días, un casual lector con el que me topé en un evento cultural, me preguntó: “Disculpe Dra”. –le expliqué que aún no lo soy y que solo tengo Licenciatura en Periodismo y Maestria en Historia-. Pero él siguió y me dijo: °Yo la leo en la prensa y por eso me atrevo a consultarle lo siguiente: ¿qué siente ud. al escribir?”. Les confieso que la pregunta, que se me hizo rarísima, me tomó por sorpresa y no supe qué contestar en ese momento, aunque tal vez tampoco ahora lo sé, pero intentaré responderla a la distancia.
Para empezar querido lector, siento que un factor importante para escribir tiene que ver con la reflexión. Me explico: Sentarse a redactar representa el esfuerzo que la conciencia hace para reconocer los diversos puntos de vista que se traten de plasmar en un papel o frente a la pantalla. En mi caso, cuando escribo, lo hago frente a mi escritorio de madera algo vieja pero muy bien cuidada que además de que me encanta, agradezco el tenerlo.
Fue uno de los escritorios del gran intelectual republicano español, refugiado en México y luego por cuestiones de salud, residente en Cuernavaca, don Juan Rueda Ortiz, y que por azares del destino llegó a mí y así lo valoro y lo cuido, porque además de que cumple su función, es un mueble pleno de recuerdos con el que inicio cada día el ejercicio psicológico de escribir que para mi es como un básico de la experiencia humana para comenzar a diario como Dios manda. Esto es, prendiendo mi computadora en cuanto me levanto de la cama. Ya luego me sigo de acuerdo a mis actividades.
Por qué menciono la frase “ejercicio psicológico”, espero darme a entender. Aludo a ella porque ya frente a la pantalla me observo escribir, reviso, corrijo, busco y rebusco no solo no cometer faltas ortográficas, sino darme a entender de manera coherente acerca de la idea que fluye de mí, en este caso para ustedes. Al respecto, creo que una de las razones por las que se juntan palabras es para no ser omisos porque el olvido es una forma de morir.
Carlos Fuentes lo sabía bien. Y precisamente para no ser olvidado, escribió párrafos tan bellos como el siguiente: “En alguna ocasión que México impuso a Cortés la máscara de Quetzalcóatl, Cortés la rechazó e impuso a México la máscara de Cristo: Desde entonces, --decía--, es imposible saber a quién se adora en los altares barrocos de Puebla, Tlaxcala y de Oaxaca. ¿A Cristo o a Quetzalcóatl? ¿Al Galileo coronado de espinas o a la serpiente emplumada coronada de espinas?”.
Es más, les confieso aquí entre nos, que observada por mi entrañable perrito tibetano, tan pronto comienzo a escribir, busca y encuentra la manera de subirse y recostarse, justo donde escribo, si pudiera hacerlo se tendería sobre el teclado mismo de la computadora lo que me obliga a empujarlo suavemente y recorrerlo hasta llegar justo donde termina la almohadilla del mouse. Desde ahí, me observa somnoliento y lo observo bien despierta. Así, cuando se ama lo que se hace, en mi caso escribir, plasmo sentimientos que de otra forma se esconden, tanto, que hay veces que necesitamos sacar las palabras desde dentro de uno, casi con tirabuzón.
En pocas palabras escribo no por el placer único de hacerlo que ya es mucho, sino para que otros me lean, me entiendan y les pueda compartir mis escasos conocimientos, estas son tan solo unas de las causas por las que lo hago. Sobre todo lo que vale la pena no olvidar.
Y de verdad, créanme, no se trata solo de etiquetar al mundo con palabras bonitas, la palabra retórica, como ciencia del discurso, la rechazo por que trae implícita la palabra disciplina que si bien es útil y super necesaria en cualquier oficio, también es delicioso olvidarse a menudo de reglas. Tampoco la necesito para expulsar mis más recónditos pensamientos, los que ni siquiera, al mejor amigo nos atreveríamos a contar.
Por lo mismo, queridos lectores, resumo: escribir es como sentarse en primera fila de espectadores, contemplando, observando, asombrándose, entendiendo, palpando o identificando visiones que nunca acaban. Cito un ejemplo, cuando presencié el inicio de linchamiento de policías en Jonacatepec en 1993, no apunté nada en ese momento, es más, cuando escuché el rugido que salía de los participantes en la trifulca, pensé tranquila, estaba yo en la nota: aquí me puedo morir, y luego de unos años, cuando recordé de golpe todo lo vivido y lo leí durante el último homenaje en vida que se le hizo al principal protagonista de ese histórico día por su importancia política, y al terminar, recibí un abrazo y un beso con las palabras: Lya si puede escribir de esto, ella sí estuvo ahí, esa felicidad que sentí, es inenarrable. Creo con esto contestar la pregunta que un día me hicieran. Ojalá la lea quien me lo preguntó.
Y hasta pronto.