/ lunes 18 de diciembre de 2023

Los marginados de Cuautla

Emmanuel Ruiz | El Sol de Cuautla


Mientras el mediodía se cierne sobre la ciudad, el cielo difunde una luz suave y difusa sobre las calles. El aire, impregnado de un frío que presagia lluvia, recorre la avenida Reforma, la arteria más vivaz de la ciudad, y la vida bulle con una indiferencia palpable en la que a nadie parecen interesarle los asuntos de nadie. Excepto aquí, en el número 129, donde todos somos importantes.

Mientras el mediodía se cierne sobre la ciudad, el cielo, velado por nubes grises, difunde una luz suave y difusa sobre las calles. El aire, impregnado de un frío que presagia lluvia, recorre la avenida Reforma, la arteria más vivaz de la ciudad, y la vida bulle con una indiferencia palpable en la que a nadie parecen interesarle los asuntos de nadie. Excepto aquí, en el número 129, donde todos somos importantes.

"El comedor empezó a funcionar en tiempos de pandemia. Vimos a la comunidad para que aportara los insumos porque, en ese tiempo, durante un año y medio, mucha gente se quedó sin trabajo, no tenía ingresos. Así que en ese tiempo no cobrábamos nada, regalábamos la comida", dice Pascual Pérez, encargado del comedor.

Los primeros en llegar son siempre los más habituales: ancianos que han hecho del comedor su refugio diario, jóvenes con miradas que van de la esperanza a la desesperación, familias que han encontrado en este lugar un oasis. Cada plato de comida cuesta 10 pesos. Hoy hay picadillo, arroz, frijoles, espagueti y agua simple.

"Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me acogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí", dijo Jesús en las escrituras, y luego dijo que servirle a los demás en estas circunstancias sería como servirle a Él mismo, y nunca el significado de estas palabras se cumplió tanto como aquí.

Una herida en la mano

Cada día, los voluntarios preparan cien platos de comida. Dentro, hay dispuestas tres mesas con sus manteles y sus sillas, listas para recibir a los comensales. También hay niños, traídos por sus madres, que esperan el momento en que los voluntarios abran la puerta. Hay un baño y un lavabo limpios, y una oración para darle las gracias a Dios antes de dar el primer bocado. Todos rezan y agradecen, y una mano derecha muestra una herida abierta.

Carlos dice que fue un accidente, para decir algo, y luego dice que espera recuperarse pronto para encontrar un buen trabajo, porque ahora no tiene y solo puede andar por las calles ofreciendo gelatinas, pero no le alcanza. Antes de descubrir este lugar, Carlos, que es de Guerrero, iba de un lugar a otro pidiendo dinero.

"Antes de empezar a venir, me las arreglaba pidiendo dinero en la calle, 'broder'. Porque no podía trabajar y llegaba a los restaurantes, a las taquerías o torterías y pedía el favor, pero a veces me lo negaban. Me sentía mal y me daba pena pedir o estirar la mano, pero no había de otra", agrega.

En los últimos meses, Cuautla y los alrededores han visto crecer la presencia de migrantes del sur del país y del continente. De acuerdo con la organización civil Chadim, que hace trabajo de campo para darle una dimensión a los problemas sociales que enfrenta el municipio, cerca de 500 personas se han asentado en la zona en busca de ingresos, comida y un hogar. Se han erigido asentamientos migrantes en localidades como la colonia Eusebio Jáuregui y San Pedro Apatlaco, pero hay quienes, como Carlos, siguen durmiendo en las calles.

"Ahorita no tengo casa dónde dormir. Me estoy quedando en el hospital general, afuera, mientras me compongo de la mano y tengo estabilidad económica para rentar un cuarto y tener para comer", dice Carlos, antes de marcharse.

Una gran ayuda

Para Alexis, quien trabaja en los semáforos haciendo malabares y viene aquí a comer desde hace un año, el comedor es una gran ayuda. Alexis dice que tal vez él sí podría pagarse la comida, pero que siempre es bueno ahorrar. Que si no lo necesitara, no vendría.

"Antes yo veía que los colegas que trabajan ahí conmigo venían a comer, pero yo no sabía a dónde, simplemente decían 'ya me voy a comer', y dije 'órale' y me dijeron 'vamos', y desde ahí para acá", dice Alexis, y sonríe.

No se rechaza a nadie, pero si alguno de los muchachos aparece bajo el efecto de alguna droga, alterado y agresivo, los voluntarios optan por entregarle la comida en la puerta para evitar problemas. No ocurre a menudo, pero a veces es necesario.

"Para pasar a comer necesitan venir bien, en sus cinco sentidos, porque si vienen drogados o tomados la comida se les da para llevar. A veces ocurren incidentes dentro que perjudican a los demás comensales y definitivamente no queremos eso. Queremos evitar situaciones que incomoden, así que les damos su comida para llevar", dice Pascual, y yo pienso que eso pasa hasta en los restaurantes más lujosos.

Al final, me explica que los 10 pesos son casi un símbolo, porque cuando alguien aparece sin dinero, la comida sigue siendo gratis.

Por eso, al final, pide un último favor: que la gente se acerque a donar, porque siempre hace falta y, entre más manos ayuden, mayor será el bien que se puede alcanzar.

Emmanuel Ruiz | El Sol de Cuautla


Mientras el mediodía se cierne sobre la ciudad, el cielo difunde una luz suave y difusa sobre las calles. El aire, impregnado de un frío que presagia lluvia, recorre la avenida Reforma, la arteria más vivaz de la ciudad, y la vida bulle con una indiferencia palpable en la que a nadie parecen interesarle los asuntos de nadie. Excepto aquí, en el número 129, donde todos somos importantes.

Mientras el mediodía se cierne sobre la ciudad, el cielo, velado por nubes grises, difunde una luz suave y difusa sobre las calles. El aire, impregnado de un frío que presagia lluvia, recorre la avenida Reforma, la arteria más vivaz de la ciudad, y la vida bulle con una indiferencia palpable en la que a nadie parecen interesarle los asuntos de nadie. Excepto aquí, en el número 129, donde todos somos importantes.

"El comedor empezó a funcionar en tiempos de pandemia. Vimos a la comunidad para que aportara los insumos porque, en ese tiempo, durante un año y medio, mucha gente se quedó sin trabajo, no tenía ingresos. Así que en ese tiempo no cobrábamos nada, regalábamos la comida", dice Pascual Pérez, encargado del comedor.

Los primeros en llegar son siempre los más habituales: ancianos que han hecho del comedor su refugio diario, jóvenes con miradas que van de la esperanza a la desesperación, familias que han encontrado en este lugar un oasis. Cada plato de comida cuesta 10 pesos. Hoy hay picadillo, arroz, frijoles, espagueti y agua simple.

"Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me acogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí", dijo Jesús en las escrituras, y luego dijo que servirle a los demás en estas circunstancias sería como servirle a Él mismo, y nunca el significado de estas palabras se cumplió tanto como aquí.

Una herida en la mano

Cada día, los voluntarios preparan cien platos de comida. Dentro, hay dispuestas tres mesas con sus manteles y sus sillas, listas para recibir a los comensales. También hay niños, traídos por sus madres, que esperan el momento en que los voluntarios abran la puerta. Hay un baño y un lavabo limpios, y una oración para darle las gracias a Dios antes de dar el primer bocado. Todos rezan y agradecen, y una mano derecha muestra una herida abierta.

Carlos dice que fue un accidente, para decir algo, y luego dice que espera recuperarse pronto para encontrar un buen trabajo, porque ahora no tiene y solo puede andar por las calles ofreciendo gelatinas, pero no le alcanza. Antes de descubrir este lugar, Carlos, que es de Guerrero, iba de un lugar a otro pidiendo dinero.

"Antes de empezar a venir, me las arreglaba pidiendo dinero en la calle, 'broder'. Porque no podía trabajar y llegaba a los restaurantes, a las taquerías o torterías y pedía el favor, pero a veces me lo negaban. Me sentía mal y me daba pena pedir o estirar la mano, pero no había de otra", agrega.

En los últimos meses, Cuautla y los alrededores han visto crecer la presencia de migrantes del sur del país y del continente. De acuerdo con la organización civil Chadim, que hace trabajo de campo para darle una dimensión a los problemas sociales que enfrenta el municipio, cerca de 500 personas se han asentado en la zona en busca de ingresos, comida y un hogar. Se han erigido asentamientos migrantes en localidades como la colonia Eusebio Jáuregui y San Pedro Apatlaco, pero hay quienes, como Carlos, siguen durmiendo en las calles.

"Ahorita no tengo casa dónde dormir. Me estoy quedando en el hospital general, afuera, mientras me compongo de la mano y tengo estabilidad económica para rentar un cuarto y tener para comer", dice Carlos, antes de marcharse.

Una gran ayuda

Para Alexis, quien trabaja en los semáforos haciendo malabares y viene aquí a comer desde hace un año, el comedor es una gran ayuda. Alexis dice que tal vez él sí podría pagarse la comida, pero que siempre es bueno ahorrar. Que si no lo necesitara, no vendría.

"Antes yo veía que los colegas que trabajan ahí conmigo venían a comer, pero yo no sabía a dónde, simplemente decían 'ya me voy a comer', y dije 'órale' y me dijeron 'vamos', y desde ahí para acá", dice Alexis, y sonríe.

No se rechaza a nadie, pero si alguno de los muchachos aparece bajo el efecto de alguna droga, alterado y agresivo, los voluntarios optan por entregarle la comida en la puerta para evitar problemas. No ocurre a menudo, pero a veces es necesario.

"Para pasar a comer necesitan venir bien, en sus cinco sentidos, porque si vienen drogados o tomados la comida se les da para llevar. A veces ocurren incidentes dentro que perjudican a los demás comensales y definitivamente no queremos eso. Queremos evitar situaciones que incomoden, así que les damos su comida para llevar", dice Pascual, y yo pienso que eso pasa hasta en los restaurantes más lujosos.

Al final, me explica que los 10 pesos son casi un símbolo, porque cuando alguien aparece sin dinero, la comida sigue siendo gratis.

Por eso, al final, pide un último favor: que la gente se acerque a donar, porque siempre hace falta y, entre más manos ayuden, mayor será el bien que se puede alcanzar.