La existencia de las mujeres, nuestra existencia, ha sido por milenios borrada del devenir humano. Se nos ha condenado a la inmanencia y se nos ha encerrado en la casa. Se nos educó para ser esclavas y se nos dijo que nuestra anatomía era la responsable de nuestros pesares. Larissa Escobedo
Tiene usted un minuto para retomar el tema que tanto incomoda a los guardianes del lenguaje colonizado que, ni a ellos mismos los describe, ni los representa ni mucho menos les da sustento y origen. ¿Tema incómodo?, seguro pensó en violación sexual u acoso laboral, o los techos de cristal o los pisos pegajosos, o la desigualdad salarial, o el trabajo forzado, o la trata sexual de niñas y mujeres, o, claro!, seguro pensó tema incómodo? Once feminicidios al día. Pero no, ya sabe como le encanta a las y los delatores de las libertades y a los súbditos del patriarcado, tirarse en el piso, y jalarse los pelos, por la sana costumbre de renombrar al mundo desde la lengua de las otras, las que fuimos invisibles durante años, pero bueno, le preguntaba si tiene un minuto para hablar de la Cuerpa. Si lo tiene, pero no sabe bien a bien por dónde comenzar, hágase un regalo, y compre el libro La Cuerpa de la artista feminista académica Larissa Escobedo.
De las primeras veces que utilicé el termino cuerpa, se mostraron ofendidos e indignados ante la desobediencia lingüística patriarcal, violenta y heteronormada, se escuchabas roncas voces gruñendo -Ay! Ya basta de nombrares en femenino, ¿por qué cuerpa y no cuerpo?, ¿por qué feminicidio?, y no homicidio, cómo bien lo dijo en rueda de prensa un personaje político de los años de Sergio Estada Cagijal “entonces si rompo este lápiz, es lapicidio” y ésta hoja hojasicido” sí, aunque lo dude, abundan los personajes masculinos con ese tipo de “talensidio” (discúlpeme).
Mejor regresemos a la potencia y a la creatividad, de la autora que nos cuenta que: “Cada cultura, cada religión, desarrolló sus propios métodos de tortura al cuerpo de las mujeres. La belleza y la fealdad. La raza. El peso. La juventud y la vejez. La virginidad y la promiscuidad. La esterilidad y la maternidad. La prostitución. El matrimonio. El encierro. Los golpes. El abandono. La violación. El feminicidio. Tecnologías del control, tecnologías de la opresión, de la esclavitud. El suplicio y el dolor, el castigo. No había sitio a dónde huir”.
La autora nos lo explica con una transparencia envidiable, una pequeña cartografía de violencias ejercidas sobre el cuerpo, ese cuerpo que ellos, los dueños de todo, reclaman como suyo.
Hablar de la cuerpa, nos dice Larisa; es hablar el lenguaje de Abayala, de nuestro ejercicio y resplandor nutricio para crear y recrear los mundos que habitamos, desde la primera línea de la ternura, desde nuestras marcas, esas que vamos coloreando, como lo hace Larissa, púrpuras, moradas rojas, envaginas encorazonadas, firmes rabiosas.
“A muchas nos ha pasado que pesa tanto lo masculino para delimitar el mundo y lo que en él habita, que cuando se comenzó a socializar “cuerpa” como un espacio político de dónde allegarse, causaba comenzón”. (Larisa)
En este libro que hace un recorrido maravilloso entre el lenguaje, el genocidio colonizador, la historia de las mujeres, en oposición, es la historia de su ausencia en el lenguaje escrito hasta llegar a la cuerpa a esa cuerpa que es: “ tibia y es caliente. La cuerpa es sexual. La cuerpa transforma el sexo en otras cuerpas que pare con furia. La cuerpa es permanente y efímera(..) La cuerpa tiene varios brazos. Varios ombligos, varias lenguas”
Larisa nos comparte: cuando comencé a escuchar la palabra cuerpa en redes sociales o en grupos feministas o queer, me pareció un tanto ridículo, cacofónico incluso. pasé del desagrado al humor y eso contribuyó a que poco a poco la integrara a mi léxico. Y entonces, la magia del lenguaje comenzó a hacer sus influjos. La cuerpa, la palabra cuerpa empezó a integrarse a mi cuerpo, a incorporarse y acuerparse, a habitar los espacios de mi persona, a mostrarme las diferencias entre el cuerpo y la cuerpa, a revelarse como una palabra poderosa, que contenía historias distintas, experiencias distintas, sentipensares distintos. La cuerpa comenzó a revelarse como un territorio de otredad cuyas potencias han sido oprimidas por miles de años.
Cada día para nosotras es un día dónde se sobrevive, donde se enciende la luz de adentro, una rayovaginal, cascadas de úteras encendidas, son los fluidos de nuestras cuerpas la fuerza nutricia de la ternura sí, pero también de la resistencia, de la manifiesta política de la importancia y luminosidad de nuestra vida y nuestra cuerpa.
Sabemos que ese otro cuerpo, en masculino, colmado de violencia: “acostumbrado a estirar nuestra cuerpa al punto de rompernos, no nos representa, no ilustra la dimensión florida, sangrante y poderosa de una cuerpa donde nos escribimos y narramos en primera persona la historia que nos pertenece“. Las cuerpas que bailan juntas la danza de los abrazos, de los fuegos en los que se calienta la historia. Las cuerpas hacen continuidad, no existen como individualidad, sino que se interrelacionan en un sentido antropo-biocosmológico. El amor del amor. La cuerpa de la cuerpa. El amor de la cuerpa. La cuerpa del amor. Las cuerpas cargan con historias propias pero también con historias sociales. Las cuerpas de África fueron marcadas con un colorímetro y una asignación que ya lleva más de tres siglos vigente: negra.” Porque Negra es más que un color, es un sonido que lleva generaciones sosteniendo un largo conversatorio sobre la experiencia no solo de ser mujer, sino de la herida que se hace cuerpo mediante el color. Por eso, como la autora yo también; “Quiero ser una proximidad Quiero una vida en proximidad Una otra que me toca con su voz. Una otra que me lame la cara”
Hagamos pues el ejercicio de reinventar las maneras de habitarnos desde la lengua, en el lenguaje, en el urgente y necesario resignificar lo que parecía inmóvil petrificado, inalterable, hablemos de la cuerpa como un “territorio” libertario, autónomo, autogestionado, amemos nuestras cuerpas renunciando al agravio masculino, desde esa terrible costumbre de los otros de opinar sobre nuestras cuerpas y sus dimensiones, renunciemos a la mirada patriarcal que nos coloca en la eterna duda, ¿será mi cuerpo digno del mundo y del agrado de los demás?
Porque mire lo dice la autora, en relación a las cuerpas marcadas desde la palabra negra en nuestras historias postcoloniales todas y todos tenemos un marcaje racial en la cuerpa, en la mía habitan las marcas india, negra y mestiza. Es responsabilidad de todas nosotras reconocer el tipo de marcaje que tenemos, estudiarlo y aprender las dinámicas de poder y privilegio que utilizamos con nuestra racialización.
Y usted, ¿puede ubicar, cartografiar, colorear esas marcas que nos han obligado a exiliarnos de nosotras mismas, a renunciar a amarnos, a deshabitar nuestra cuerpa? Le recomiendo leer a Larisa Escobedo en Cuerpa/cuadernos híbridos, si la googlea seguro quedará maravillado por su talento como artista visual y bueno más que seducido por su escritura, luego no me diga, que no hablo de cosas bonitas de la vida, como esta edición de Cuerpa.