/ viernes 21 de junio de 2024

¿Los animales tienen derechos?

Uno de los relatos más emblemáticos sobre la interacción de San Francisco de Asís con la naturaleza es el milagro del lobo de Gubbio, ciudad italiana en la provincia de Perugia. La leyenda cuenta que en Gubbio, un lobo feroz sembraba el terror entre los residentes, atacando tanto a seres humanos como a otros animales. Movido por la compasión hacia el animal y preocupado por la seguridad de los pobladores, San Francisco decidió actuar. Se adentró en el bosque, hogar del lobo, y en vez de enfrentarlo con hostilidad, lo abordó con palabras de amor y comprensión. Mediante este encuentro, San Francisco persuadió al hermano lobo de que cesara su violencia y prometiera no volver a dañar a los habitantes de Gubbio.

En las profundidades de nuestras normativas y éticas, se encuentra una interrogante que desafía los cimientos de la sociedad moderna: ¿tienen derechos los animales? Más allá de una simple cuestión de bienestar, este debate reta nuestras concepciones más fundamentales de moralidad y justicia.

La discusión sobre los derechos de los animales no es meramente académica ni relegada a los círculos de activistas por los derechos de los animales. Se trata de un tema que cruza barreras socioeconómicas, culturales y jurídicas, implicando a industrias enteras, desde la agropecuaria y cárnica, hasta la cosmética y la farmacéutica. ¿Pero qué significa realmente otorgar derechos a los animales?, ¿es acaso equiparable el derecho a la vida de un animal al de un ser humano?

Históricamente, la relación entre humanos y animales ha sido utilitaria. Se han considerado recursos disponibles para consumo y trabajo. No obstante, la creciente evidencia del complejo espectro emocional y cognitivo de los animales ha propiciado un cambio paradigmático. Estudios revelan que especies como elefantes, delfines y algunos primates demuestran emociones comparables a las humanas, y formas de conciencia y sociabilidad.

Sin embargo, la resistencia a aceptar esta visión evolucionada es considerable. Muchos argumentan que conceder derechos a los animales podría colapsar industrias enteras y socavar tradiciones culturales profundamente arraigadas. Desde este ángulo, la pregunta no es si los animales deben tener derechos, sino si la sociedad puede permitirse otorgarlos.

Por otro lado, los defensores de los derechos animales sostienen que la integridad moral de nuestra especie depende de cómo tratamos a los más vulnerables. El filósofo Peter Singer argumenta que la capacidad de sufrimiento es lo que debería guiar nuestras decisiones éticas, no la inteligencia o la especie. Según este enfoque, negar derechos a los animales simplemente porque son no humanos es una forma de especismo, tan arbitrario y condenable como el racismo.

La Declaración Universal de los Derechos de los Animales, en su artículo 1º ordena sensiblemente que “todos los animales nacen iguales ante la vida y tienen los mismos derechos a la existencia”. En la mayoría de los sistemas legales, los animales han sido tradicionalmente considerados por su naturaleza jurídica como propiedad, y generosamente como objetos de protección jurídica. Un enfoque más radical y controvertido en el ámbito del derecho animal es el reconocimiento de los animales como personas jurídicas. Este concepto implica que los animales podrían tener derechos y obligaciones legales similares a los de los humanos.

Algunos proponen una aproximación pragmática: ampliar el marco de bienestar animal sin conferir derechos plenos, lo que podría incluir regulaciones más estrictas sobre el trato de los animales en la investigación, ganadería y agricultura. Otros, más radicales, abogan por un cambio total en nuestro sistema legal y ético, proponiendo leyes que reconozcan a los animales no solo como seres sintientes, sino como portadores de derechos inviolables.

El debate es complejo y las implicaciones de decidir en uno u otro sentido son enormes. Sin embargo, lo que está claro es que la forma en que respondemos a esta pregunta dice mucho sobre quiénes somos como sociedad y hacia dónde vamos. ¿Son los derechos de los animales un ideal moralmente necesario o un lujo ético que no podemos costear? Esta no es sólo una pregunta retórica, es un dilema que nos definirá para el futuro de nuestra humanidad.

Profesor de Derecho Civil y Derecho Familiar de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México

Uno de los relatos más emblemáticos sobre la interacción de San Francisco de Asís con la naturaleza es el milagro del lobo de Gubbio, ciudad italiana en la provincia de Perugia. La leyenda cuenta que en Gubbio, un lobo feroz sembraba el terror entre los residentes, atacando tanto a seres humanos como a otros animales. Movido por la compasión hacia el animal y preocupado por la seguridad de los pobladores, San Francisco decidió actuar. Se adentró en el bosque, hogar del lobo, y en vez de enfrentarlo con hostilidad, lo abordó con palabras de amor y comprensión. Mediante este encuentro, San Francisco persuadió al hermano lobo de que cesara su violencia y prometiera no volver a dañar a los habitantes de Gubbio.

En las profundidades de nuestras normativas y éticas, se encuentra una interrogante que desafía los cimientos de la sociedad moderna: ¿tienen derechos los animales? Más allá de una simple cuestión de bienestar, este debate reta nuestras concepciones más fundamentales de moralidad y justicia.

La discusión sobre los derechos de los animales no es meramente académica ni relegada a los círculos de activistas por los derechos de los animales. Se trata de un tema que cruza barreras socioeconómicas, culturales y jurídicas, implicando a industrias enteras, desde la agropecuaria y cárnica, hasta la cosmética y la farmacéutica. ¿Pero qué significa realmente otorgar derechos a los animales?, ¿es acaso equiparable el derecho a la vida de un animal al de un ser humano?

Históricamente, la relación entre humanos y animales ha sido utilitaria. Se han considerado recursos disponibles para consumo y trabajo. No obstante, la creciente evidencia del complejo espectro emocional y cognitivo de los animales ha propiciado un cambio paradigmático. Estudios revelan que especies como elefantes, delfines y algunos primates demuestran emociones comparables a las humanas, y formas de conciencia y sociabilidad.

Sin embargo, la resistencia a aceptar esta visión evolucionada es considerable. Muchos argumentan que conceder derechos a los animales podría colapsar industrias enteras y socavar tradiciones culturales profundamente arraigadas. Desde este ángulo, la pregunta no es si los animales deben tener derechos, sino si la sociedad puede permitirse otorgarlos.

Por otro lado, los defensores de los derechos animales sostienen que la integridad moral de nuestra especie depende de cómo tratamos a los más vulnerables. El filósofo Peter Singer argumenta que la capacidad de sufrimiento es lo que debería guiar nuestras decisiones éticas, no la inteligencia o la especie. Según este enfoque, negar derechos a los animales simplemente porque son no humanos es una forma de especismo, tan arbitrario y condenable como el racismo.

La Declaración Universal de los Derechos de los Animales, en su artículo 1º ordena sensiblemente que “todos los animales nacen iguales ante la vida y tienen los mismos derechos a la existencia”. En la mayoría de los sistemas legales, los animales han sido tradicionalmente considerados por su naturaleza jurídica como propiedad, y generosamente como objetos de protección jurídica. Un enfoque más radical y controvertido en el ámbito del derecho animal es el reconocimiento de los animales como personas jurídicas. Este concepto implica que los animales podrían tener derechos y obligaciones legales similares a los de los humanos.

Algunos proponen una aproximación pragmática: ampliar el marco de bienestar animal sin conferir derechos plenos, lo que podría incluir regulaciones más estrictas sobre el trato de los animales en la investigación, ganadería y agricultura. Otros, más radicales, abogan por un cambio total en nuestro sistema legal y ético, proponiendo leyes que reconozcan a los animales no solo como seres sintientes, sino como portadores de derechos inviolables.

El debate es complejo y las implicaciones de decidir en uno u otro sentido son enormes. Sin embargo, lo que está claro es que la forma en que respondemos a esta pregunta dice mucho sobre quiénes somos como sociedad y hacia dónde vamos. ¿Son los derechos de los animales un ideal moralmente necesario o un lujo ético que no podemos costear? Esta no es sólo una pregunta retórica, es un dilema que nos definirá para el futuro de nuestra humanidad.

Profesor de Derecho Civil y Derecho Familiar de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México